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jueves, 8 de diciembre de 2016

¿Por qué al carrusel de "caballitos" se les llama Tío Vivo?




Recuerdo cuando era pequeño que, atisbabas que las fiestas patronales estaban cerca, cuando en las zonas próximas al río, se asentaban los primeros feriantes.
Los cachivaches, rulots y furgonetas lo rodeaban todo, para de pronto instalar atracciones dispares.
Con las primeras piezas, surgían las discusiones, en torno a qué era todo aquel conglomerado de hierros y bombillas, o a que efectos producirían aquellos rieles, o ganchos en suspensión.

Lo que nunca generaba ninguna duda, era la atracción que primero se instalaba, y que es aquella en la que todos nos hemos iniciado en el mundo de las ferias y atracciones; me estoy refiriendo a los caballitos, también conocidos popularmente como tío vivo.
Mi pueblo, Molina de Aragón, con apenas 3.500 habitantes, nunca ha sido de tener gran conjunto de atracciones con motivo de las fiestas patronales; pero sus cuatro o cinco atracciones nunca han faltado en los primeros días de septiembre.
Recuerdo perfectamente el hecho de hacer cola con los amigos, y la de salir corriendo hacia los distintos artilugios que había, en cuanto sonaba la ensordecedora sirena.
Si hablamos de los “caballitos”, donde los camiones de bomberos con campanas lo imperaban todo, y unos caballos que subían y bajaban eran los más demandados, recuerdo perfectamente que mis favoritos eran los columpios que, con la inercia de las vueltas, se inclinaban sobre el aire, dando rienda suelta a miles de juegos e imaginaciones, y también como no a trastadas, como escupir a los que iban en los columpios de atrás…

 

Parece ser que los primeros “caballitos” instalados en nuestro país, fueron allá por el año 1812, el año de la “pepa”; cuando el Ayuntamiento de Vitoria en lo que era la zona de esparcimiento de la ciudad, y que apenas llevaba inaugurada unos años, el paseo del Espolón, permitió a un francés de nombre Sebastiani, la instalación de “un circo con cuatro caballos de madera, movidos por unos engranajes y una rueda”.

 

Pero, y esta es la cuestión, ¿por qué a una instalación en forma de carrusel, se le denominó tío vivo?
Para esta cuestión tenemos que acudir al Madrid de mediados del siglo XIX; en lo que hoy es el Paseo de las Delicias, un señor llamado Esteban Fernández regentaba un populoso carrusel de caballitos que a lo largo del año servía de mini parque de atracciones para los niños y niñas de la capital.

 

Corría el año 1834, y la regente María Cristina, viuda de Fernando VII, y madre de la futura Isabel II, se veía obligada a hacer toda clase de vericuetos políticos para ganarse el favor de los liberales, frente a los conservadores que apoyaban la idea de Carlos María de Isidro (hermano de Fernando VII), el cual pretendía el trono para él, no reconociendo la Pragmática Sanción que permitía derogar la Ley Sálica y que por ende una mujer pudiera reinar.
Justo con este panorama político y proveniente de la India, llegó a España una gran epidemia de cólera, que en nuestro país se cebó en las ciudades de Vigo y Madrid, contándose en esta última por cientos los fallecidos cada día.
Los primeros casos de cólera en Madrid, se dieron a finales de junio de 1834, y aunque el Gobierno en un primer momento lo negó, lo cierto es que el 28 de junio, junto a la regente Mª. Cristina y la familia Real, (Gobierno y Familia Real), huyeron al Palacio Real de la Granja de San Idelfonso; cuestión ésta que generó gran indignación entre los habitantes de la capital.

 
La inminente guerra que se apreciaba en ciernes, la inseguridad, y la misma epidemia, hicieron que se desorbitaran los precios de los alimentos, y a todo ello, se sumaba el hecho de que Carlos María de Isidro se proclamaba heredero al trono en Elizondo (Navarra); cuestiones estas que convirtieron a las masas populares en un polvorín de indignación y desasosiego.
Justo en esos funestos días surgió el rumor por todo Madrid, de que la epidemia venía porque las clases altas, y los frailes, con el ánimo de acabar con la pobreza, la indigencia, y de quitar a apoyos a la causa “isabelina” de Isabel II, habían envenenado las fuentes de la ciudad; lo que conllevó a un motín de la población contra conventos e iglesias, conocido popularmente como la matanza de los frailes.

 
Fuera como fuese, es que fruto de aquella epidemia, el promotor de aquel carrusel del Paseo de las Delicias, también cayó víctima del cólera, y tras varios días de enfermedad, expiró en una calurosa tarde de agosto…
Al otro día el cortejo fúnebre del tío Esteban que es como popularmente se le conocía en la barriada, se dirigía hacia el cementerio, cuando de repente, del interior de aquella sencilla caja de pino crudo, se escuchaban golpes y gritos diciendo “que estoy vivo, que estoy vivo…”

 
Atónitos la familia y amigos de Esteban retiraron la tapa, para al momento ver levantarse del féretro al ilustre dueño del carrusel de Delicias.
La cuestión es que la anécdota corrió por todo Madrid, llamando desde entonces a aquel carrusel los caballitos del “tío vivo”, siendo esta la razón por la que la populosa atracción se ha conocido con el devenir de los tiempos con este curioso nombre. FINEM.

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