A finales del mes de agosto y
apurando los últimos días de asueto y descanso, dos buenos amigos
y yo (Lucía, David y el que escribe), decidimos ir de excursión a Pitarque, un
pequeño pueblo del maestrazgo turolense, en cuyo término se encuentra el nacimiento
del río con su mismo nombre, formando un impresionante cañón de grandes
farallones de rocas calizas.
El acceso al pueblo se hace por
una estrecha y serpeante carretera que desemboca en una plaza que a su vez hace
funciones de frontón.
Los vehículo hay que dejarlos a
la entrada a la villa, puesto que la anchura de las calles en general no dan
para mucho tráfico rodado, desde ahí de forma continua indicadores de madera
van anunciando la ruta a seguir para encaminarte al sendero que se dirige hacia
el barranco.
La ruta desde el pueblo de
Pitarque hasta el nacimiento del río, tiene unos 6 kilómetros aproximadamente,
con algún tramo en pendiente, pero de total facilidad y accesibilidad; se trata
de un bello recorrido del que ya hizo mención allá por el año 1779 el humanista
y botánico Ignacio Jordán de Asso, más
conocido por su seudónimo como Melchor de Azagra.
Cuando apenas llevas recorridos
dos kilómetros y el cañón del río comienza a estrecharse, aparece en el camino
la ermita de la Virgen de la Peña; un pequeño templo de planta rectangular,
originario de finales del siglo XVIII, que asomada al precipicio es un balcón
privilegiado a la denominada poza de la Virgen.
A partir de aquí la vegetación se
hace mucho más exuberante, saliendo al paso del camino toda clase de árboles de ribera, y de
bosque mediterráneo; pese a la canícula que caía el día de la visita, el paseo
por aquí era agradable y reconfortante; también contribuían a ello los
recovecos con musgo y líquenes que aparecen de forma continua, o las varias
cascadas que pese a la sequedad del año, se despeñaban con bravura hacia las
aguas del río Pitarque, refrescando a los paseantes del sendero.
Pero si el follaje del camino
impresiona, mucho más lo hace lo abrupto del terreno, con unos roquedales
inmensos cuyas paredes están habitadas por una gran colonia de buitres
leonados, y que además las formas caprichosas que el viento y la lluvia les han
ido confiriendo a lo largo de los
siglos, hace volar a la imaginación en parecidos razonables.
También se observan grandes desprendimientos,
e incluso la cutrez de la modernidad, que hace pasar por mitad de este barranco
una línea de tensión media, causando un importante impacto visual…
Un kilómetro después de la ermita
de la Virgen de la Peña, aparece la construcción de una vieja central
hidroeléctrica, que producía electricidad aprovechando la fuerza con la que
discurrían las aguas del Pitarque; se puso en marcha allá por el año 1923, y
proporcionaba electricidad a más de treinta pueblos, desde Utrillas a
Villafranca del Cid (Castellón), siendo fundamental esta electricidad para la
incipiente industria lanera del Maestrazgo.
La central tiene anexionadas dos curiosas garitas en las esquinas del camino, luego he podido
saber que eran para vigilancia y defensa en los tiempos posteriores a la guerra
civil.
Todo este trayecto se va haciendo
a media altura con respecto al río, sólo cuando a penas quedan quinientos
metros para el nacimiento del río, el sendero se cruza con él en un sencillo
puente, para posteriormente sendero y río ir en paralelo bajo unos
impresionantes salientes de la roca, donde hace años se construyó una pequeña
presa para la retención de las aguas y proporcionar unas fantásticas piscinas
naturales.
En ese preciso lugar, hay una
especie de sumidero en la roca, que las gentes del lugar denominan la chimenea
por su apariencia y por el que de normal cae el agua en grandes cantidades;
este año en nuestra visita estaba totalmente seco.
Unos doscientos metros más
adelante, llegamos al lugar donde nace el río, lo hace de forma constante, y
pese a la sequía con una caudal considerable; en ese mismo lugar nos comimos
nuestros bocadillos e incluso dormimos un poco de siesta. Es el típico lugar al
que te gustaría “teletransportarte” en los momentos de tensión, estrés,
angustia, etc…
Como no podía ser de otra manera,
después nos bañamos justo debajo del nacimiento; la temperatura del agua…, fría
no lo siguiente, pero el placer de bañarte en un lugar como ese compensaba la destemplanza
del líquido elemento.
De regreso hacia el pueblo de Pitarque,
unas cabras montesas salieron a despedirnos…
Finalmente llegamos al coche un
poco cansados, pero más que satisfechos por la excursión realizada, por los
parajes conocidos y por el revulsivo que suponía para los sentidos el haber
estado todo el día en mitad del paraíso.
Acabo este post haciéndoos una
recomendación a la visita de este paraje, ya me contaréis.