domingo, 31 de mayo de 2020

Y en la huerta de Valencia aparecieron dos gigantes; Pa y Pi.

     
      Corrían los años cincuenta del pasado siglo XX, y también por el centro de la ciudad de Valencia corría agua, el río Turia transcurría por su cauce a los pies de las Torres de Serrano…; y a lo largo del cauce desde el pueblo de Mislata hasta el barrio de Nazaret había infinidad de chabolas, casetas y cabañas que servían de hogar a miles de familias.

Autor foto Pinterest
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Autor: todocolección




Las autoridades de la época con eso de la grande y libre ya tenían bastante, por lo que fue la Iglesia y en concreto el Azobispo del momento don Marcelino Olaechea el que pensó que había que dar solución a esa situación de podredumbre y penuria; impulsando así la construcción de nuevos barrios para acoger a esas familias que vivían con semejantes penurias.


Y es así como en el año 1945 en el margen derecho del Camino Real de Madrid, un poco más allá de la Cruz Cubierta se crea el barrio de San Marcelino, nombre dedicado al Obispo impulsor de la obra.


         El cruce que componen las calles San Marcelino y Marcelino Olaechea (se dedicó una calle al Arzobispo que impulsó el barrio), suponen el centro neurálgico del barrio, allí se celebran las fiestas populares que la Asociación de Vecinos del barrio (una de las más antiguas de la ciudad de Valencia) organiza todos los años por el mes de septiembre.


Foto: Valenciaextra


         También se planta una falla, que suele estar en importantes categorías.

Foto Cendra digital.

         Y las recientes obras de peatonalización realizadas por el Ayuntamiento de Valencia, hacen que pueda ser el punto ideal para encuentro del vecindario.

         Esta plaza la preside la Iglesia del barrio, que como el resto del mismo, es relativamente nueva; pero algo distorsiona esta cuestión; y es que en la fachada de la misma pone que se edificó en el año 1667…; la contradicción tiene fácil respuesta, y es que en el centro de la fachada de la iglesia que se construyó en la década de los años cincuenta del siglo XX, se montó la portada  barroca de la derruida iglesia de San Bartolomé cuya ubicación estaba en la calle Serranos esquina con la plaza de Manises.


        


        La iglesia de san Bartolomé tuvo que ser derribada en la década de los años cuarenta del siglo XX, porque un gran incendio durante la guerra civil, la había dejado prácticamente en ruinas; en aquel lugar y testigo de todo aquello sólo queda en pie una torre, la torre de San Bartolomé.

 

Foto Valencia bonita.

         Por cierto muy cerca de esta iglesia, en la parte meridional del barrio mirando hacia La Torre, y más concretamente en una fachada entre las calles de Soria y Salvador Perles, el artista Martín Forés en la primavera del año 2019, realizó un gran mural, con el cual se pretende homenajear al pintor Josep Renau Berenguer, una de las personas sin dudas más influyentes en el arte durante el siglo XX, y el cual como responsable de la Dirección General de las Bellas Artes entre los años 1936 y 1939, encargó a Pablo Picasso, la pintura del Guernica.


             En esta página podéis ver más información del artista Martín Forés. (http://www.martinfores.com/)

 

    



    Pero además de todas estas historias documentadas, el barrio de San Marcelino cuenta con otra historia, “vivida” por la maravillosa Clara Santiró i Font, y que relató allá por el año 2002, en su maravilloso libro: “Els dos gegants de Sant Marcel.lí”.

       

Foto: el periodic.com
Los dos gigantes hechos por la AVV. de San Marcelino.

         Cuenta doña Clara en esta historia que, entre los barrios de la Cruz Cubierta y La Torre, mucho antes que existiese el barrio de San Marcelino, había un gran campo donde solamente se plantaban flores.


  Según doña Clara el dueño del campo, de nombre Pere,   era un poco huraño y de pocas palabras, pero de costumbres fijas, como ir todos los domingos a primera hora al cementerio a llevar flores frescas a la tumba donde reposaban los restos de su mujer.


        

        Parecer ser que gran amante de la botánica y sobre todo de las flores un otoño, Pere viajó al extranjero para buscar semillas de nuevas flores y regresó hasta la huerta con dos niños pequeños; dos hermanos, chico y chica; Pere les llamaba Pi y Pa.

        

    

    Cuando los vecinos del lugar se enteraron de la noticia, felicitaban a Pere por este hecho, a lo que él les decía que estos niños eran muy especiales, y el lugar de donde provenían también...; sin contar nada más al respecto.

           
   Fuera como fuese, la cosa es que cuando los niños cumplieron los diez años, Pere mandó construir una tapia alrededor del campo; tapia que alcanzaría los cinco metros, lo que hacía imposible desde la contornada ver lo que ocurría en aquella huerta de flores.

         Cuenta doña Clara que los vecinos vieron acudir hasta la huerta un vehículo, que además no era tirado por caballos como era lo habitual en aquella época, sino que era de motor, con matrícula extranjera para más datos...; y que en la madrugada de ese mismo día el vehículo y su misterioso conductor partieron de nuevo.


         Desde entonces, pasaron los días, las semanas, los meses y los años y ya nadie vio nunca más a Pi y a Pa; e igualmente Pere tampoco salía del huerto, para comprar y hacer recados encargaba a un trabajador que tenía.


         Las gentes del lugar creyeron que aquel coche extraño se los había llevado.

         Un día el trabajador desde la puerta del huerto gritaba y gritaba “el amo ha muerto”; las gentes de las contornada acudieron primero por la pena, pero también por la curiosidad de lo que encerraba aquel huerto; y nada misterioso había dentro, sólo un jardín muy bien trabajado y un pino y una palmera en medio del mismo. A los pies de ambos árboles con margaritas blancas y amarillas ponía Pi y Pa.


         Pere en su testamento había pedido que lo enterraran junto a su esposa, y que el huerto se diera a la familia más pobre de la contornada, que debería cumplir dos condiciones, seguir contratando al trabajador que a él le había ayudado, y cuidar con esmero al pino y a la palmera que habían crecido en medio del huerto.


         Y nos cuenta doña Clara que toda esta historia  se lo había contado a ella una señora mayor que vivía en una alquería cercana; pero la cosa no quedaba ahí, ahora nuestra maravillosa Clara iba a ser la protagonista de lo que quedaba por vivir junto a aquellos árboles.


         Y es que cuando doña Clara contaba entre diez y doce años, un domingo de pascua marchó con sus amigas a tomar la mona en la contornada de aquel arroyo al cual los vecinos llamaban la rambleta.


         Allí juegan, merienda e incluso se guarecen de una fuerte tormenta.

         Uno de los juegos que llevan a cabo es el de las prendas y a doña Clara le toca traer hojas de morera; como no ve cerca de donde ellos estaban, le toca saltar el tapial derruido que daba a aquella antigua huerta donde hacía años habían vivido Pere, Pi y Pa.


         La mala suerte hizo que doña Clara resbalara, dándose un fuerte golpe en la cabeza, quedando allí seminconsciente.

         Cuando despertó del trompazo, se había hecho de noche, nada se veía, y solo le acompañaban el resplandor de la primera luna menguante de primavera y el sin fin croar de las ranas.


         En ese momento escuchó:

-         “oh mira pobre xiqueta, ¿qué hacemos?

-         Pues ayudarla (…) además estamos en luna de Pasqua y podemos hablar”

Clara no veía nada, y preguntó sobre quién estaba ahí y si le podían ayudar.

-         “estamos aquí arriba, mira como muevo las ramas del pino ¿lo ves? Yo soy Pi, ¿te acuerdas lo que te ha contado la abuelita de la alquería?

-         Y yo soy Pa. Mira la Palmera que hay junto al pino alto, ¿la ves?”

Clara pensaba que estaba soñando, pero se dio cuenta, que no que estaba despierta, con dolores en un costado, pero hablando con aquel Pino y aquella Palmera; así pues ya entrada en conversación les preguntó si eran aquellos niños que había traído Pere al huerto, y ¿cómo se habían convertido en árboles?



Así pues Pi, comenzó a decirle, que sólo pueden hablar cuando están en la primera luna menguante de primavera, pero que además deberá guardar el secreto durante 741 lunas, porque de no hacerlo tanto el como Pa, morirían.

 De esta manera, doña Clara se había convertido en la conocedora del secreto de que había ido de aquellos dos niños, pero con la responsabilidad de saber que si lo contaba ambos morirían, guardó el secreto.


Y cuando habían transcurrido esas 741 fases lunares, o lo que es lo mismo 57 años contó lo que en aquel misterioso huerto había pasado.


Pa y Pi, le contaron que el mismo día que cumplieron diez años, sin saber muy bien cómo habían crecido en sólo una noche más de un metro, y que a los dos días ya medían tres metros.


Pere temeroso de las miradas del vecindario y de que pudieran hacer algo a los niños, mandó construir el tapial de cinco metros; así mismo llamó al señor que los había entregado a Pere, que resultó ser el conductor de aquel coche misterioso a motor, y éste le dijo, usted Pere ya sabía que eran seres especiales, eran gigantes y mala cabida tenían en este mundo, sólo podrían hacerlo en la isla donde habían nacido.


El señor del coche a motor le dijo "yo no puedo hacer que no crezcan, pero puedo hacer que vivan muchos años y que sean beneficiosos para la humanidad, convirtiéndolos en árboles".


Pere con dolor inmenso trató de convencer a Pa y a Pi que se marchasen con aquel señor que diez años atrás se los había entregado, pero Pi y Pa, no querían separarse de su padre adoptivo.


Y así es como a través de magia, aquel hombre misterioso convirtió a los dos hermanos en dos maravillosos ejemplares arbóreos, un Pino y una Palmera, que a día de hoy siguen saludándonos con sus brazos en forma de rama.


La historia continúa, pero prefiero que la sepáis de primera mano leyendo el libro de doña Clara. (Els dos gegants de Sant Marcel.lí).



La cosa es que en el año 2007 doña Clara abandonó este mundo; y en su barrio la Asociación de Vecinos luchó porque la biblioteca de San Marcelino tuviese el nombre de esta Ilustre Vecina, reivindicación que llegó en el año 2012.

Foto de Valencia blog

Así pues frente a Pi y a Pa está la biblioteca dedicada a su amiga Clara; que estoy seguro es la artífice de las miles de flores que rodean la contornada; y también estoy seguro que en las primeras lunas menguantes de primavera contiunarán con sus animadas converasaciones. FINEM.


(Dedico este artículo además de a la memoria de la maravillosa Clara Santiró i Font, a tres grandes amigos, "Sanmarcelineros de pro"; a Lola Patiño Peñaranda, a David Castillo Ferre y  a Carles Hernández Coscollà)


domingo, 24 de mayo de 2020

Un paseo por Teroleja en el Señorío de Molina.


Teroleja

Corría el siglo doce, las guerras eran la tónica general en el territorio peninsular, unas destinadas a derrocar a los que procesaban una religión distinta, y otras dentro de cada bando, simplemente para ostentar el poder.

En castilla reinaba Alfonso VIII, y en la ciudad de Cuenca todavía musulmana, Yacub Yusuf; ambos habían firmado una tregua de siete años, ya que el continuo enfrentamiento por cuestiones de territorio y religión estaban suponiendo una sangría poblacional y económica.



Pero según han contado las crónicas, los conquenses se saltaron dicha tregua y junto a tropas sarracenas de Alarcón y Moya, cometieron algaradas varias en tierras cristianas de Uclés, Huete, etc…

 
Tras esta situación Alfonso VIII, pidió ayuda a los nobles de la época para que aportasen recursos económicos y ejércitos; de igual manera pidió ayuda a otros reinos cristianos.

 
El Señor de Molina, don Manrique de Lara, mandó a un nutrido grupo de soldados  del recién creado Señorío de Molina, los cuales se pusieron al servicio del hermano del Señor de Molina, el Conde don Nuño Pérez de Lara.
 
Aquellos soldados salieron de la villa que entonces se llamaba Molina de los Caballeros (en 1369 se cambió el “apellido” por de Aragón), por la puerta del río Gallo en dirección a la ciudad de Cuenca, por los caminos que más o menos ahora conforma la carretera autonómica de Castilla la Mancha 210; la historia dice que para el 6 de enero de 1177 las tropas cristinas cercaron y aislaron la ciudad de Cuenca, y que ésta cayó en manos cristianas en septiembre de ese mismo año. 

murallas de Cuenca
A unos 5 kilómetros de Molina en el margen derecho de este camino hacia Cuenca, allá por el siglo XII, es decir al poco de la conquista anteriormente mencionada, se conformó una pequeña población en la falda oriental de una ladera, en lo alto se construyó una ermita de estilo románico y así surgió la pequeña población de Teroleja.

 
La carretera serpenteante entre campos de labor, atraviesa las pequeñas vegas a las cuales se asoma el caserío de la población.
Una vez llegas a la misma, esta carretera sube hasta una gran explanada que hace las funciones de plaza. 

 
 
 
En este lugar hay una mezcla muy heterogénea de estilos arquitectónicos, un ayuntamiento de reciente planta (año 2002), con placa relatando la efeméride, y dejando para la posteridad el nombre del Alcalde y Secretario que llevaron adelante esta construcción y proyecto.

 
 
Parece ser que en ese mismo lugar ya se encontraba anteriormente a estas obras, el edificio que hacía las funciones de Ayuntamiento, escuela y casa del maestro; en relación a esto el político progresista el siglo XIX Pacual Madoz, en 1849 decía de Teroleja que: “la casa consistorial que sirve de cárcel; escuela de instrucción primaria, a cargo de un maestro sin más dotación que las retribuciones de los pocos discípulos que asisten”

 
 
 
 
Junto al Ayuntamiento y subiendo un poco más la ladera, encontramos la joya arquitectónica del pueblo, una pequeña iglesia advocada a la Asunción de la Virgen, de orígenes remotos, coincidentes con la constitución del Señorío de Molina y la repoblación cristiana. 

 
De hecho, las trazas románicas se vislumbran por doquier, aunque parece ser que allá por el siglo XVII se hicieron grandes reformas, como el muro exterior y un arco de acceso a un gran patio; pero aun así, su construcción actual puede darnos una idea de cómo fueron la primeras iglesias construidas en el Señorío de Molina tras la conformación del mismo.
 
 
 
La puerta de la Iglesia está orientada hacia el sur, y al poniente tiene una torre de no muy grandes dimensiones, con dos campanas, cuyos badajos ahora mudos por la falta de población, habrán sido los anunciadores al mundo de los diversos acontecimientos de la población.

 
 
 
Detrás de la iglesia y subiendo un poco más la colina en la que se asienta Teroleja, llegamos al paraje que los lugareños denominan Alto de la Torre. 


Allí se encuentra el depósito del agua, que está muy bien mimetizado cubierto de piedra, un viejo transformador de electricidad y las viejas piedras planas en el suelo, las cuales suponían una perfecta superficie para trillar y ablentar las mieses.
 
Desde aquí las vistas son cuantiosas, se observan los campos de labor, los inmensos pinares cuyo final en el horizonte no si vislumbran.
También los pueblos vecinos; al otro lado de la vega del río Gallo; Corduente, del cual Teroleja depende administrativamente como entidad menor.
 
Así mismo el castillo dedicado al niño mártir San Justito, cuya evolución de la lengua a caballo entre el latín y el castellano ha dejado en Santiuste.

 
El denominado cerro de la Señorita (una de las cimas de la comarca molinesa), en el término municipal de Aragoncillo.

 
Terraza, cuyo nombre parece ser deriva de terraz vasija o tierra fuerte, y cuya fuente es famosa por la calidad de sus aguas.

 
 
Desde aquí también se aprecian los tejados de la población, en los que me llama la atención que muchos de ellos están coronados con veletas que marcan la dirección del viento; alguna de estas veletas claramente dedicadas a las labores de la zona, como la caza, o la agricultura.

 

 

 


Estoy seguro que al viento que más temen los pobladores, es ese que viene del norte al cual por estos lares llamamos Cierzo.

 
 
 
Retrocediendo en mis pasos, desciendo la ladera del cerro, para visitar la zona del barrio de la fuente, la cual lleva proporcionando agua al vecindario desde el año 1904, como indica una inscripción en el propio frontón de la misma.

 
 
 
Su actual ubicación es relativamente reciente, ya que estaba como en mitad de la calle donde se encuentra, pero con la arribada hasta el pueblo de las grandes maquinarias de agricultura, cosechadores y tractores, ésta molestaba lo que conllevó a desplazarla a la orilla donde se encuentra ahora.

 
Además de pinares, en la zona no dedicada a la agricultura, también hay quejigos, encinas y sabinas; pues bien de estas últimas, además de su madera, a lo largo de la historia en la comarca de Molina, se utilizaba su ramaje y tupida hoja para construir los tejados de chozas y parideras.  Y también en Teroleja como la materia prima la tenían cerca existen chozones de la barda.

 
 
En lo relativo a la historia del Señorío de Molina, pocos datos he podido averiguar acerca de Teroleja, aunque si aparecen noticias en lo relativo a lo siguiente: tras la muerte de doña Blanca de Molina (quinta Señora de Molina), heredó el Señorío su hermana, doña María de Molina que estaba casada con el Rey de Castilla Sancho IV, por lo que el Señorío dejó de ser independiente para ser una parte más de Castilla; pues bien en un momento dado uno de sus reyes, en concreto Enrique de Trastámara (conocido como Enrique II), cede el Señorío a un noble que le había ayudado en sus intrigas para asesinar a su propio hermano, este noble de nombre Beltrán de Guesclín, era de origen francés, lo que conlleva que los molineses se revelen ante el hecho de no querer estar bajo el mando de un francés; dicen las crónicas que el Alcaide de Molina, don García de Vera espetó: “Más derechos tiene sobre Molina el Rey Aragonés , que un extranjero advenedizo y traidor como de Guesclin.” Así pues, el Señorío de Molina se pasó al reino de Aragón, (corría el año 1369); bajo el cual estuvo casi seis años, y de ahí el apellido de la capital molinesa, Molina de Aragón.
 
Pues bien, en ese mismo año de 1369 el Rey de Aragón Pedro IV en gratitud por su lealtad dona al Alcaide de Molina García de Vera varios lugares del Señorío en concreto Castilnuevo, Checa, Valhermoso y Teroleja.

 
 
 
 
 
 
Teroleja desde sus inicios ha sido un pueblo pequeño, cuya población nunca fue muy abundante, en el censo del padrón del año 2017 figuran once habitantes, en el año 1950 lo habitaban ciento cincuenta… Cosas de ese gran problema que fue el éxodo rural y que ha dado lugar a la llamada España vaciada.

 
La cosa fuera como fuese es que Teroleja, rezuma sencillez, paz y armonía. Ideal para escaparte a pasear bajo la mocha torre de su iglesia, respirar el fino aire que siempre azota en la era del alto de la torre, beber el agua de su decimonónica fuente, o pasear entre los campos de labor que a lo largo de los siglos han modelado sus moradores.
Si pasáis por Teroleja ya me contaréis. FINEM.



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