Hace unos días iba camino de Molina de Aragón (Guadalajara) proveniente
de Valencia, y lo hacía por la denominada Autovía Mudéjar; esa que une Sagunto
con la frontera francesa por Somport.
A la altura del pueblo turolense de Villarquemado en mitad
del valle que conforma el río Jiloca entre los Montes Universales y Sierra
Palomera; nos alcanzó una fuerte tormenta, que obligó a muchos de los vehículos
a parar en el arcén ante la cantidad de litros que caían.
A la intensa lluvia le
acompañaban fuertes vientos, y eso unido
a lo oscuro del cielo y al importante aparato eléctrico convirtieron el viaje
en toda una aventura.
Y es que desde siempre las tormentas me han parecido un
espectáculo de dantesca belleza; donde el susto y el asombro ante la efeméride
se mezclaban por completo.
De pronto pensé en las primitivas creencias de que los rayos
eran mandados por Dios cuando éste se enojaba con los hombres, o la posterior
idea de que no era Dios sino el demonio quien los mandaba…
A día de hoy la ciencia ya ha descubierto la razón de los
rayos y las tormentas, y asimismo de igual manera, raro es el edificio oficial,
o la mole más alta de un pueblo o una ciudad que no cuente con un pararrayos;
Pero esto es a día de hoy, porque de hecho los edificios más castigados con la
caída de rayos a lo largo de la historia han sido las iglesias, y justamente
han sido éstas las construcciones que más tarde han colocado los pararrayos en
sus tejados y techumbres…
La razón de que cayeran los rayos en las iglesias no era otra
sino porque eran los edificios más altos, pero la Iglesia como tal, entendía
que los rayos eran mandados por el demonio…; además no ganaban para campaneros,
ya que para ahuyentar las tormentas éstos se subían hasta los campanarios para
tocar las campanas de la fe… siendo muchos de ellos alcanzados por los rayos…
El propio Tomás de Aquino decía que: “ era Dogma de Fe que los
demonios eran capaces de mandar vientos, tormentas y lluvias de fuego desde el
cielo”; por lo que la Iglesia Universal entendía que por su propio bien hacer
recibían la ira del demonio en sus edificios…
Tomás de Aquino
Allá por mitad del siglo XVIII Benjamin Flanklin, sabía de la
electricidad de las nubes y que el choque de las mismas producía los rayos; por
eso pretendía crear un utensilio que
domesticara dicha energía, para eso tuvo que esperar a que en Philadelphia
(Estados Unidos) deviniese una gran
tormenta; ocurriendo la misma el 15 de junio de 1752.
Benjamin Franklin
Ante esa tormenta, Franklin voló su famosa cometa de forma
puntiaguda, y estructura de metal, de la cual pendía un hilo de seda que se
anudaba a una llave metálica de grandes dimensiones.
Sobre la cometa comenzaron a caer rayos, y al acercar Bejamin
la mano a la llave, saltaban chispas… descubriendo de esta manera que los rayos
si encontraban un conducto metálico donde meterse ahí se quedaban; Quedando
comprobado de esta manera que el fuego eléctrico, como Benjamin le llamaba
podía conducirse, siendo éste el origen más incipiente de los actuales
pararrayos.
En aquella época las estructuras de la mayoría de las
edificaiones eran de madera, por lo que no era raro que éstas ardieran como motivo de los rayos; esta situación, junto al invento perfeccionado
de Fraklim , conllevó a que en poco tiempo casi todas las casas de Philadelphia
tuviesen colocados pararrayos.
No todos los edificios
los colocaron…; las iglesias tanto católicas como protestantes decidieron no
colocar dichos artilugios. Y es que decían los eclesiásticos que eso de los
rayos eran cuestiones divinas en los que el hombre no debía de intervenir; y
que además tocando las campanas de la fe se podían ahuyentar.
Al tiempo cuando en Philadelphia se habían colocado más de cuatrocientos
pararrayos y las iglesias seguían ardiendo por la caída de rayos…, ya
decidieron que tal vez la ciencia no era algo tan malo.
En el 1800 se contaban por miles los pararrayos que coronaban
los edificios de las colonias norte americanas.
Mientras tanto en Europa se seguía siendo un poco reacio a
este invento…; en nuestro país el primero en colocarse fue en el año 1886 en
unos almacenes de pólvora en una de las laderas de Montjuic en Barcelona.
Pero esto fue una excepción ya que la Iglesia Española veía
el pararrayos como un artilugio sospechoso; aludiendo a que ante una tormenta
había que abocarse a Santa Bárbara o tocar las campanas, con un toque que se
denominaba “tentenublo”.
O también era común que los sacerdotes mirando hacia los
cuatro puntos cardinales enumerasen una serie de oraciones para ahuyentar los
pedriscos y tormentas. Para esta cuestión en algunos pueblos de Castilla se
construían unas pequeñas torretas llamadas conjuraderos.
Finalmente a la Iglesia Europea y española, ante la evidencia
práctica del invento, no le quedó más remedio que utilizar los pararrayos para
proteger sus edificios de la furia de las nubes…
Rayo en el pararrayos de la cúpula de San Pedro en el Vaticano
Y así pensando en todas estas cuestiones llegué hasta Molina,
donde una enorme tortilla de patata de las de mamá me esperaba sobre la mesa…
Molina de Aragón
Termino este post totalmente ambientado, envuelto en una
tormenta de verano, con fuerte aparato eléctrico y chaparrones varios que está
cayendo sobre la ciudad de Valencia.
Y haceros conocedores que mientras habéis leído este texto,
miles de rayos han caído sobre el planeta a una media de cien por segundo.
Feliz verano ;)