domingo, 13 de septiembre de 2020

Un paseo por El Cañigral, (La pedanía abandonada de Albarracín)

 

Muy próximo al valle donde las aguas del río Cabriel salen a la superficie, y sobre una elevación de 1.425 metros sobre el nivel del mar, se encuentra  El Cañigral (Teruel); una pequeña aldea abandonada desde hace más de cuarenta años, y que supone una  de las siete pedanías que tiene la   preciosa ciudad de Albarracín.

 

La aldea está situada en el margen izquierdo del barranco que tiene su mismo nombre, y apenas un kilómetro de la frontera con la provincia de Cuenca.

 

La carretera comarcal A 1703, la atraviesa por el medio, uniendo las tierras del Rincón de Ademuz (Valencia) y la provincia de Cuenca con la Sierra de Albarracín.

 

 

El lugar es antiguo, pues ya en el Fuero de Teruel (año 1177), parece citado como el lugar donde finaliza la Jurisdicción de la ciudad de Albarracín; “…et ad Pedem Muli  et ad fontem de Cannegrali et ad Roenales et ad Talaiom Sancte Marie de Albarrazino.”

 

A día de hoy excepto la pequeña ermita dedicada a San Antonio Abad, y una casa junto a la misma el resto de la población es una montaña de escombros… 

 

La ermita de planta muy sencilla a dos aguas, y acceso por arco de medio punto, está fechada en el año 1768; en su espadaña sobre la puerta principal llama la atención la ausencia de campan; como no hay a quién avisar con su tañer, entiendo que retirarían la misma…

 

 

 

Intuyo que la vida en este lugar nunca debió ser fácil, de hecho, se despobló antes que llegasen las comodidades del siglo XX:  la luz eléctrica, el teléfono, o el agua corriente a sus casas… parece ser que su forma de iluminación lo era a través de candiles, velas y en los últimos años camping gas.

 

En sus mejores tiempos, el pueblo contó con trece viviendas, pero tras la guerra civil comenzaron los primeros escombros, y es que su proximidad a la ciudad de Teruel, y los crudos episodios de la contienda por estos lares, supuso ingentes daños en sus viviendas.

Sus moradores vivían básicamente de la agricultura y de la ganadería; con respecto al primero al igual que ocurre a día de hoy lo que abundaba era el cereal: trigo, centeno, pero también alfalfa y leguminosas varias.

 

Dos molinos había para moler estos productos, uno de pequeñas dimensiones en mitad el barranco de El Cañigral, y otro ya en la provincia de Cuenca, llamado de la Herrería, en el término de Salvacañete.

 

 


También había frutales varios, cosa que sorprende en un pueblo situado en mitad de la Sierra de Albarracín y a tanta altura; y es cierto que esto es absolutamente improbable, pero más adelante os cuento por qué; porque esta cuestión tiene truco...

 

En la mayoría de casas, aún se pueden observar pese al deterioro de muchas de ellas, la existencia de grandes hornos, por lo que de seguro ese trigo molido enseguida convertían en pan bien horneado.

 

 

Con respecto al ganado, éste básicamente era bovino, y las familias que más cabezas tenían, en los meses de invierno hacían la trashumancia hacia las cálidas tierras del campo de Cartagena (Murcia).

 

Todos los servicios venían desde otros municipios, pues allí no había comercio ni administración alguna, exceptos una escuela pública, que se construyó allá por los años 50 del pasado siglo XX. Llama la atención las dimensiones del edificio para un municipio tan pequeño.

Los comestibles los compraban en el vecino pueblo de  Terriente, o a través de los muchos vendedores abundantes que pasaban por la carretera, la herrería estaba igualmente en Terriente, de donde también acudía el médico; mientras que el servicio de correos venía desde el Toril.

Para las cuestiones espirituales, en El Cañigral tiraban del sacerdote que residía en Terriente, el cual semanalmente montado en su pollino, y en los últimos años en coche acudía a celebrar la misa una vez por semana. En los últimos años  de vida de la aldea, las gentes de El Cañigral cuyo gentilicio es cañigraleros, para escuchar la misa tenían que ir hasta Arroyofrío, donde los últimos niños del municipio hicieron su primera comunión.

 

Dos fechas eran sinónimo de fiesta en la vida de los cañigraleros, el 17 de enero San Antón, y el 13 de junio San Antonio Abad.

Para las fiestas de San Antón, los jóvenes del pueblo se ponían en el cuello unas esquilas, es decir pequeños cencerros para anunciar al mundo que ese día era fiesta, de origen pagano con estas costumbres se pretendía ahuyentar a los malos espíritus…; con el tiempo era sinónimo de risas y jolgorio; con las esquilas colgando apilaban una gran pira de leña y aliagas, y al caer la noche le pegaban fuego, donde todo el pueblo cenaba patatas asadas y unas pastas denominadas tortas dormidas.

 

Las fiestas de junio duraban dos días, donde había misa, procesión, comida popular y en los últimos años de vida del pueblo, baile amenizado en las escuelas por un acordeonista proveniente de Minglanilla (Cuenca), su nombre Guillermo Alfaro Malabia, al que año tras año esperaban con entusiasmo las gentes de El Cañigral, pues su curiosa acordeón de cinco filas de teclas en la mano derecha a siete voces, y doscientos veinte bajos a la mano izquierda a seis voces, eran sinónimo de fiesta, diversión y desconexión de la rutina.

En los años 60 del pasado siglo XX, las gentes de El Cañigral comenzaron a abandonar el municipio, la vida dura, sin servicios, los deseos y anhelos de una vida más cómoda, fue arrastrando a las familias hacia lugares más  prósperos; la mayor parte de las familias emigraron hacia Barcelona, algunos a pueblos cercarnos como el Toril y otras familias se establecieron en el alicantino pueblo de Novelda.

 

Hacia el año 1977 se cerró la última de sus viviendas, desde entonces el recuerdo y la melancolía son los únicos moradores de sus silenciosas calles…

Pero antes de abandonar El Cañigral, tenemos que observar la sorpresa geológica que nos tiene guardado, y que es el secreto de que un pueblo a tanta altitud tenga frutales entre su agricultura; y es el que al margen derecho de la carretera en dirección a El Toril, justo en lo que es el kilómetro 8 aparece un pequeño sendero que nos hace subir un importante terraplén; tras andar unos treinta metros… te encuentras con una impresionante depresión de la tierra, a la que los geólogos le llaman la dolina de El Cañigral.

 

Como bien explica el Geógrafo don Miguel Alejandro Castillo Moya, “La llamada Dolina del Cañigral (Teruel) no es nada más que una estructura geológica con forma de cráter que se formó por un proceso de colapsamiento, en el momento en que sus paredes internas no pudieron sostener el peso de su cúpula rocosa, y esta se vino abajo empujada por la gravedad.


 

         La hoquedad de la dolina es impresionante, y en toda ella hay rastro de haber sido aprovechada y utilizada por los moradores, estando arriba, me parecía un lugar perfecto para un concierto pues la resonancia de cualquier sonido lo envolvía todo; pero los cañigraleros utilizaban dicho cráter para otras cuestiones más terrenales; aprovechando las características del terreno, su protección de los vientos y de las heladas, y las potentes sombras que producían el abrupto desnivel, en toda la base de la dolina se observan cantidad de vestigios de la plantación de frutales, siendo este el secreto de que en plena Sierra de Albarracín en El Cañigral se recolectaban frutas.

 

        

 

     Me marché de mi vista a El Cañigral lleno de sensaciones, y pensamientos…; ya me contaréis vuestra opinión, pues os recomiendo un buen paseo. FINEM.


 


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