El Mambrú
El cantautor Ismael
Serrano en su disco “La memoria de los peces” publicaba una canción de título “Triste
y dulce historia de amor”; en la que narra el relato de un amor imposible con
frases lapidarias como “pero como todas las historias de amor… al menos las más
bellas, la nuestra por supuesto también acabó en tragedia…” y este podría ser
el preámbulo de la historia que os voy a contar en este post bloguero.
Desde hacía mucho tiempo había oído hablar de una curiosa
veleta que coronaba los cielos del pueblo guadalajareño de Arbeteta, allá donde
el río Tajo abandona los farallones rocosos, para pasear plácidamente entre
campiñas y suaves colinas camino de Trillo.
Esta veleta símbolo absoluto del pueblo tiene el nombre de
Mambrú, y hace unos años aprovechando las vacaciones de navidad me acerqué a
Arbeteta para conocerlo in situ; os lo conté en este post:
El origen de la palabra Mambrú viene de la Guerra de sucesión
española; esa que enfrentaba al Archiduque Carlos de Austria, y a Felipe de Anjoy
(futuro Felipe V) por la corona de España.
Se produjo una batalla
que retó a franceses contra ingleses;
los primeros creyeron haber acabado con la vida de John Churchill (Duque de
Marlboroug), y como consecuencia de ello surgió la famosa canción burlesca
hacia el soldado; por influencia de los borbones, y tras haber ganado éstos la
Guerra de Sucesión, la canción llegó a España, reduciendo el Marlboroug por uno
mucho más pronunciable a la lengua de Machado, Mambrú.
Pues bien como os decía al principio, el Mambrú de Arbeteta no sólo es una veleta que anuncia los vientos de poniente cuando estos peinan los trigales; sino que además supone un recuerdo a esos amores imposibles con motivo de los prejuicios de antaño, las posiciones sociales, los dineros y la codicia…
Arbeteta
Así que a caballo entre la tradición oral y la leyenda aquí
va la historia del soldado más famoso de Arbeteta:
Corría el siglo XIX, cuando un joven de Arbeteta, de origen
muy humilde, bien parecido e hijo del sacristán, marchó con varios amigos al
pueblo alcarreño de Escamilla con motivo de las fiestas patronales; nada más
arribar a las primeras casas se cruzaron con un grupo de muchachas, donde
destacaba una en concreto, de piel morena, ojos negros, y exageradamente
bella.
Ella era hija de un terrateniente de la zona, déspota y
maleducado que la controlaba en todo momento, pues conocedor de las pasiones
que levantaba, quería para ella, un mozo de familia rica.
Escamilla
El de Arbeteta y la de Escamilla tras conocerse se enamoraron, comenzando un romance furtivo y
secreto.
Romance que duró poco en el tiempo, pues el padre de ella al
enterarse, enfurecido impidió que volvieran a verse; consideraba que él era
poco para su hija, y que a su vez éste sólo perseguía la gran dote que
acompañaba a la de Escamilla.
Para asegurarse de que no se vieran, el padre de la muchacha,
la encerró en la habitación más segura de su casa palacio, poniendo a los
sirvientes más fieles a vigilarla de forma continua y con todo el rigor.
El muchacho confiado en que ella lo esperaría el tiempo preciso,
marchó a la guerra para hacer fortuna.
Durante las campañas
fue ejemplo de lealtad, bravura y valentía frente a los ejércitos enemigos, lo
que le reportó rápidamente prestigio y ganancias…; de hecho al tiempo regresó a
Arbeteta, vistiendo un elegante uniforme de Sargento de granaderos de la
Guardia Real, y un importante petate repleto de monedas de oro.
Las gentes de Arbeteta orgullosas de su soldado, comenzaron a
llamarle Mambrú, por la popular canción que os comentaba al principio del
texto.
Al domingo siguiente posterior a su arribada a Arbeteta,
vestido de forma impecable con su lujoso uniforme, se plantó en la misa mayor
del pueblo de Escamilla.
Su visita llenó la homilía de murmullos y cotilleos, las
chicas se levantaban los tules que a modo de velo tapaban sus caras para
admirar al joven soldado, los niños se le acercaban, y todos curioseaban sobre
la identidad de aquel sujeto, y las razones que lo habrían traído hasta
Escamilla.
Al terminar la misa, Mambrú, se dirigió al padre de su
enamorada, para pedir la mano de ésta.
Pero al padre le seguía pareciendo poco para su hija, y le
pidió que se marchase del pueblo y no volviera; de no ser así amenazó con
encerrar a su hija de por vida.
Mambrú desconsolado, quedó plantado bajo el esbelto
campanario de Escamilla, hasta que llegó el sacristán del pueblo, amigo de su
padre y que lo llevó a su casa para departir con él, y de alguna manera
consolarle en ese dolor.
La hija del sacristán de Escamilla, era la confidente amiga
de su bella enamorada, y ambos dos urdieron un plan.
Tras conversar y comer con ellos, Mambrú retomó el camino
hacia Arbetea, sombrío y cabizbajo, pensaba en lo injusto que todo era, por la
tozudez y ambición del viejo terrateniente.
Al cabo de unos días, las gentes de ambos pueblos pudieron
observar cómo mientras sonaban las campanadas del “ángelus”, el mozo vestido
con su uniforme de granadero, ondeaba un banderín desde lo alto del campanario
de su pueblo mirando en dirección a Escamilla; al tiempo que su enamorada hacía
lo mismo con un delantal desde el pueblo de Escamilla, mirando en dirección a
Arbeteta, y acompañada de su amiga la hija del sacristán. Y es que en los días
claros, parece ser que ser perciben con nitidez los chapiteles de las dos
torres.
Un día los escamilleros y los arbeteteros observaron como
Mambrú y su amada apuraron sus saludos desde el campanario mucho más de lo
normal, hasta el ocaso del día…; y es que Mambrú regresaba a la guerra, para
conseguir mayor fortuna y graduación, a ver si de esta manera, convencía al
padre de su enamorada.
Pero el destino no estaba de su parte, consiguió mayor
graduación, de hecho lo nombraron capitán, pero una bala perdida le partió el
corazón…, como antes lo había hecho el padre de la muchacha de Escamilla
La muchacha al enterarse de la noticia, enfermó de tristeza y
melancolía, y cuentan las gentes del lugar, que siguió subiendo al campanario
en el ocaso de todos los días, para llorar su desgracia, agitando un pañuelo de
color negro…; a las pocas semanas yació muerta en su cama…
Las gentes de Arbeteta y de Escamilla sobrecogidas por el
final de aquella historia, decidieron perpetuar su memoria, coronando sus respectivos
campanarios con dos veletas, la de un granadero en Arbeteta y la de una
muchacha en Escamilla.
Mambrú de Arbeteta
Giralda de Escamilla
Escamilla
De esta manera seguirían “mirándose” con los impulsos del
viento, que les llevaría además sus susurros y sus besos.
Como si el destino quisiera seguir cebándose con esta triste historia
de amor, finalizando el siglo XX, ambas veletas fueron destruidas por un rayo,
primero ella y luego él…
Pero de nuevo los vecinos de Escamilla y de Arbeteta,
orgullosos de sus enamorados más famosos, elaboraron sendas veletas con madera
de sabina y recubiertas de latón…; y que a día de hoy, al compás del viento siguen
luciendo su amores por las tierras de Castilla… FINIS