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Hagamos un viaje en el tiempo, para llegar a la España de
principios del Siglo XIII; la religión manda sobre todas las cosas y la piel de
toro está sumida en una cruenta guerra, que a modo de cruzada se pelea por el
Dios al que rezar.
Corre el año 1212, un caluroso 16 de julio, Junto al pequeño
pueblo jienense de Santa Elena, se
produce una cruenta batalla donde se enfrentan los ejércitos de los diversos
reinos cristianos que componen el centro y el norte de la actual España: Castilla,
Aragón y Navarra, contra las huestes
almohades, (lo musulmanes que dominan el Al-ándalus).
El historiador Vara Thorbeck ha llegado a la conclusión de
que los batallones eran numerosos, si bien más los morunos que los cristianos,
estimando que el primero lo componían unos veinte mil, frente a los doce mil de
los segundos.
En un principio por estrategia y forma parecía que iba a ser
el ejército árabe el vencedor de la contienda, pero una última escaramuza de
los cristianos desestabilizó a los ávidos arqueros almohades, confundiéndose en
el tumulto uno y otro bando…; la batalla fue de tal calibre y crueldad, que los
cadáveres de los soldados se acumulaban por cientos, cubriéndose por completo
el valle que conforma el paraje denominado las Navas de Tolosa; nombre con
el cual luego se recordaría aquella
batalla histórica.
El triunfo cristiano, supuso la desestabilización del
Al-ándalus, y el comienzo del fin de los reinos almohades en suelo de la
Península Ibérica.
Así pues tras las Navas de Tolosa vinieron muchas más
batallas, hasta la rendición del Reino de Granada el 2 de enero de 1492; y en
una de estas batallas, y en territorio que después fue durante muchas décadas
frontera entre árabes y cristianos, se sucedió una historia que llega hasta el
día de hoy en forma de dicho popular…
Corría el año 1233 las huestes cristianas se preparaban para
tomar la villa de Úbeda, frente a Sierra Mágina y a escasos cien kilómetros en
línea recta de la corte almohade en la Palacio Rojo de la Alhambra.
La Alhambra de Granada |
Sierra Nevada desde los campos de Úbeda |
Al frente de estas tropas estaba el rey cristiano Fernando
III, que luego apodaron como el Santo, y que dispuso a sus capitanes en
diversos puntos rodeando el fortín musulmán de Úbeda para el momento de iniciar
la batalla.
Uno de estos capitanes de nombre Álvar Fáñez, (igual que el
hombre de confianza y mano derecha del Cid); estaba posicionado según la
estrategia marcada en una loma recayente al valle del río Guadalquivir;
esperando el momento del ataque decidió dar un paseo entre los espesos
encinares, cuando de repente encontró bañándose en un pequeño arroyo a una
bellísima mora.
Ésta que se encontraba totalmente en cueros, al verse
sorprendida por el capitán cristiano, optó por la total normalidad, para al
instante pasar ambos a los requiebros, las miradas, las sonrisas…, los piropos
y las galanterías, y así una cosa llevó a la otra.
La cuestión, es que cuando llegó el momento del ataque y de
la batalla, Álvar Fáñez estaba en otros menesteres, mostrando a la historia que
cristianos o musulmanes, todos éramos y somos iguales…
La batalla acabó con victoria cristiana, y el Rey quiso saber
de inmediato dónde había estado su capitán Fáñez…; éste requerido a que diera
algunas explicaciones se limitó a decir “Anduve por esos cerros Señor…, por los
cerros de Úbeda”.
Si estamos ante una ucronía o no, es decir una reconstrucción
lógica de acontecimientos históricos no acaecidos, pero que podrían haber
sucedido, es algo que los historiadores deben de dilucidar.
Pero sin lugar a dudas es una frase más que acertada no sólo
por la aplicación que se le da a día de hoy, referida a irse por la tangente;
sino por el verdadero placer que supone pasear por la ciudad renacentista de
Úbeda.
Y asomarse a esos grandes miradores, observando los cerros ubetenses, para a continuación sumergirse y perderse en un mar de olivos, pensando en
aquellas palabras de Machado…
“¡El campo andaluz,
peinado por el sol canicular, de loma en loma rayado, de olivar y de olivar!”... VALE
Atarde en los olivares de Úbeda-Baeza |