Tal vez porque viví en un pueblo hasta los 17 años, tal vez porque mi familia sigue viviendo en el pueblo y cada vez que me puedo me escapo, o tal vez porque soy un gran privilegiado que puedo ir a varios pueblos, al de mi madre, padre, o donde viven a día de hoy… la cuestión es que cada cierto tiempo necesito mi dosis de pueblo, es como si tuviese mono… ¿y mono de qué os preguntaréis?, pues mono de ir saludando por la calle, porque en mitad de la ciudad vas rodeado de cientos de personas, pero realmente vas solo, mono de cambiar el humo de los coches, por el de la combustión de la leña para calentar las casas, y que según en cada pueblo y la clase de monte que tienen, el perfume será de una tonalidad u otra, mono de apenas escuchar un ruido, mono de observar la tranquilidad que te traspasa el espíritu y te la llevas consigo, etc…
Y es que en los pueblos se pueden hacer muchas cosas que no puedes hacer en la gran ciudad, desde por ejemplo tener un pequeño huerto, practicar actividades camperas, montar en bici tranquilamente por caminos y senderos, etc… Mi hermano mediano es aficionado a la cetrería, esa afición en la gran ciudad sería mucho más difícil de llevar a cabo.
Desde pequeño, mi padre me llevaba a pescar, tanto al río Gallo como al Tajo, en Molina de Aragón (Gualadajara), eso ha hecho que a día de hoy sea un gran aficionado a este deporte. Viviendo en Valencia, los ríos trucheros los tenemos un poco lejos, pero gracias a unos amigos, he descubierto un lugar precioso que sólo dista de la capital del Turia en 100 kilómetros, se trata de Casas del río, una aldea de Requena, que es atravesada por el río Cabriel, muy truchero en esta zona, por un coto de pesca intensiva que hay en dicho lugar. Este sábado me escapé, llegué tarde y hacía frío, pero el contacto con la naturaleza lo compensa todo, a los 10 minutos de estar allí, ya había desconectado de todo, lo que hacía unos instantes me preocupaba, cogí 8 ejemplares de buena talla, me comí un buen bocadillo de tortilla y jamón, y conocí a buen hombre de la aldea, (Jesús), que me contó muchas cosas de la zona, de la preocupación que tenían por la despoblación, y por el abandono que a su juicio sufría la comarca por parte de la Generalitat Valenciana.
Al filo de las 17:00 horas cuando ya me iba a marchar, a Jesús se le enganchó un buen ejemplar, que con destreza supo cansar y sacar del río, era una trucha aproximadamente de 2 kilos de peso.
Regresé a casa, un poco cansado, pero muy feliz y relajado; toda esta reflexión es para recomendaros el contacto con la naturaleza, un medio nada hostil sino todo lo contrario y que nos aporta infinidad de buenas cosas.