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Tal vez por “deformación profesional”, me gusta
indagar en las diversas teorías que hay sobre una u otra cuestión, y una que he
conocido este verano, es la polémica surgida entre historiadores en relación al
origen del nombre de la ciudad de Almería.
Lo que todos coinciden es que el nombre deriva de “Al
Mariyyat” puesto por el pueblo árabe cuando éste entró en la Península Ibérica
y se asentó por estas tierras, allá por el siglo VIII; pero aquí es donde entra
la polémica, unos dice que el nombre significa Espejo del Mar, y otros aluden
que más bien la traducción es Torre Vigía, leyendo las teorías de unos y de
otros; os he de reconocer que parece más criterio acertado el de torre vigía
por la propia historia de la ciudad, pero como por este blog somos muy
románticos… aceptaremos de muy buen grado lo de Espejo del Mar.
Y en lo alto de esta hermosa ciudad, se encuentra
una grandiosa Alcazaba, que no era otra sino la zona de defensa y residencia de
los mandamases primero sarracenos y luego cristianos de la ciudad, habiendo
cientos de historias y leyendas de sucesos acaecidos entre sus grandes
murallas.
Hoy os voy a contar una de amor imposible denominada
la Odalisca:
Allá por el año 1051, accedió al Trono Taifa de
Almería, Muhammad abu Yahya, conocido popularmente como Almotacín, fue un Rey
bastante benévolo e incluso según los historiadores muy avanzado para su época,
alcanzando en sus cuarenta años de reinado la ciudad y reino de Almería gran
prosperidad económica y social.
Almotacín vivía en el Palacio en lo alto de la
Alcazaba acompañado de su concubina favorita, de nombre Galiana.
A ésta le gustaba asomarse al alféizar de su
ventana, para peinar sus dorados cabellos observando las fuentes y albercas que
rodeaban el palacio, y la propia medina de Almería reflejada en el mar.
Todos los días al amanecer y al caer el sol, desde
las mazmorras donde estaba preso, un cristiano cantaba y dedicaba poesías a esa
esclava mora favorita del Rey, y que en alguna ocasión había visto pasar tras
el ventanuco de su celda, y cuyos grandes ojos verdes eran su única ilusión de
vida.
Así pues Galiana poco a poco se fue haciendo
dependiente de aquellos cantares, de aquellos halagos y de aquellos versos,
tanto que se enamoró locamente de un preso, al que realmente nunca había visto.
Almotacín notaba que algo estaba pasando, su
favorita estaba menos cariñosa, e incluso siempre que podía evitaba acompañarle
en el lecho repleto de cojines lujosos.
Galiana atendía otras cuestiones, estando su corazón
tan cautivo como la condición del propio preso; por fin un día se atrevió a
conocer en persona a su poeta, y aprovechando la condición de favorita del Rey,
convenció a varios soldados para que todas las noches le permitiesen bajar en
secreto hasta las frías mazmorras, para
yacer con su amado.
Pero el secreto duró poco, y la noticia llegó a
oídos del Rey, que pese a su buena voluntad y talante, no podía permitir que su
favorita le fuese infiel, y menos con un preso cristiano.
Galiana se enteró que Almotacín lo sabía y ayudó al
preso cristiano a huir de su cautiverio, lo hizo anudando decenas de velos de
seda, para permitir que su amado se deslizase por la torre del cautiverio y
descendiera hasta el valle del gran barranco de la hoya, al que se asoma la
Alcazaba almeriense en su vertiente de poniente.
Pero la mala suerte, hizo que la treta fuese
descubierta, y el preso a mitad del descenso llamado a que de nuevo tornase a
su cautiverio, éste prefirió arrojarse al vacío antes de vivir preso, yaciendo
muerto al pie de las murallas.
Galiana lo había contemplado todo desde el alfeizar
de su ventana al que tantas veces se asomaba para escuchar los soniquetes que
aquel preso le dedicaba, así pues rota de dolor y desconsuelo, lloraba
apretando contra sí los velos de seda que ella misma iba a utilizar para
escapar junto a su amado.
Galiana entró en una profunda depresión, llorando y
llorando desde aquella ventana, hasta que al poco tiempo murió dicen que de
pena, con la mirada perdida hacia el barranco y regando sus lágrimas las
tierras de Almería.
Cuentan que en las noche de verano y de luna llena
siguen retumbando entre las ruinas de aquel palacio, los cantos y soniquetes
que el preso cristiano dedicaba a Galiana. FINEN