Corrían los
años cincuenta del pasado siglo XX, y también por el centro de la ciudad de
Valencia corría agua, el río Turia transcurría por su cauce a los pies de las
Torres de Serrano…; y a lo largo del cauce desde el pueblo de Mislata hasta el
barrio de Nazaret había infinidad de chabolas, casetas y cabañas que servían de
hogar a miles de familias.
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Autor: todocolección |
Las autoridades de la época con eso
de la grande y libre ya tenían bastante, por lo que fue la Iglesia y en concreto
el Azobispo del momento don Marcelino Olaechea el que pensó que había que dar
solución a esa situación de podredumbre y penuria; impulsando así la
construcción de nuevos barrios para acoger a esas familias que vivían con semejantes penurias.
Y es así como en el año 1945 en el margen derecho del Camino Real de Madrid, un poco más allá de la Cruz Cubierta se crea el barrio de San Marcelino, nombre dedicado al Obispo impulsor de la obra.
El cruce que
componen las calles San Marcelino y Marcelino Olaechea (se dedicó una calle al
Arzobispo que impulsó el barrio), suponen el centro neurálgico del barrio, allí
se celebran las fiestas populares que la Asociación de Vecinos del barrio (una
de las más antiguas de la ciudad de Valencia) organiza todos los años por el
mes de septiembre.
Foto: Valenciaextra |
También se planta una falla, que suele estar en importantes categorías.
Foto Cendra digital. |
Y las recientes obras de peatonalización realizadas por el Ayuntamiento de Valencia, hacen que pueda ser el punto ideal para encuentro del vecindario.
Esta plaza la preside la Iglesia del barrio, que como el resto del mismo, es relativamente nueva; pero algo distorsiona esta cuestión; y es que en la fachada de la misma pone que se edificó en el año 1667…; la contradicción tiene fácil respuesta, y es que en el centro de la fachada de la iglesia que se construyó en la década de los años cincuenta del siglo XX, se montó la portada barroca de la derruida iglesia de San Bartolomé cuya ubicación estaba en la calle Serranos esquina con la plaza de Manises.
La iglesia de san Bartolomé tuvo que ser derribada en la década de los años cuarenta del siglo XX, porque un gran incendio durante la guerra civil, la había dejado prácticamente en ruinas; en aquel lugar y testigo de todo aquello sólo queda en pie una torre, la torre de San Bartolomé.
Foto Valencia bonita. |
Por cierto muy
cerca de esta iglesia, en la parte meridional del barrio mirando hacia La
Torre, y más concretamente en una fachada entre las calles de Soria y Salvador
Perles, el artista Martín Forés en la primavera del año 2019, realizó un gran
mural, con el cual se pretende homenajear al pintor Josep Renau Berenguer, una
de las personas sin dudas más influyentes en el arte durante el siglo XX, y el
cual como responsable de la Dirección General de las Bellas Artes entre los
años 1936 y 1939, encargó a Pablo Picasso, la pintura del Guernica.
En esta página podéis ver más información del artista Martín Forés. (http://www.martinfores.com/)
Pero además de todas estas historias documentadas, el barrio de San Marcelino cuenta con otra historia, “vivida” por la maravillosa Clara Santiró i Font, y que relató allá por el año 2002, en su maravilloso libro: “Els dos gegants de Sant Marcel.lí”.
Foto: el periodic.com Los dos gigantes hechos por la AVV. de San Marcelino. |
Cuenta doña Clara en esta historia que, entre los barrios de la Cruz Cubierta y La Torre, mucho antes que existiese el barrio de San Marcelino, había un gran campo donde solamente se plantaban flores.
Según doña Clara el dueño del campo, de nombre Pere, era un poco huraño y de pocas palabras, pero de costumbres fijas, como ir todos los domingos a primera hora al cementerio a llevar flores frescas a la tumba donde reposaban los restos de su mujer.
Parecer ser que gran amante de la botánica y sobre todo de las flores un otoño, Pere viajó al extranjero para buscar semillas de nuevas flores y regresó hasta la huerta con dos niños pequeños; dos hermanos, chico y chica; Pere les llamaba Pi y Pa.
Cuando los
vecinos del lugar se enteraron de la noticia, felicitaban a Pere por este
hecho, a lo que él les decía que estos niños eran muy especiales, y el lugar de
donde provenían también...; sin contar nada más al respecto.
Cuenta doña Clara que los vecinos vieron acudir hasta la huerta un vehículo, que además no era tirado por caballos como era lo habitual en aquella época, sino que era de motor, con matrícula extranjera para más datos...; y que en la madrugada de ese mismo día el vehículo y su misterioso conductor partieron de nuevo.
Desde entonces, pasaron los días, las semanas, los meses y los años y ya nadie vio nunca más a Pi y a Pa; e igualmente Pere tampoco salía del huerto, para comprar y hacer recados encargaba a un trabajador que tenía.
Las gentes del lugar creyeron que aquel coche extraño se los había llevado.
Un día el trabajador desde la puerta del huerto gritaba y gritaba “el amo ha muerto”; las gentes de las contornada acudieron primero por la pena, pero también por la curiosidad de lo que encerraba aquel huerto; y nada misterioso había dentro, sólo un jardín muy bien trabajado y un pino y una palmera en medio del mismo. A los pies de ambos árboles con margaritas blancas y amarillas ponía Pi y Pa.
Pere en su testamento había pedido que lo enterraran junto a su esposa, y que el huerto se diera a la familia más pobre de la contornada, que debería cumplir dos condiciones, seguir contratando al trabajador que a él le había ayudado, y cuidar con esmero al pino y a la palmera que habían crecido en medio del huerto.
Y nos cuenta doña Clara que toda esta historia se lo había contado a ella una señora mayor que vivía en una alquería cercana; pero la cosa no quedaba ahí, ahora nuestra maravillosa Clara iba a ser la protagonista de lo que quedaba por vivir junto a aquellos árboles.
Y es que cuando doña Clara contaba entre diez y doce años, un domingo de pascua marchó con sus amigas a tomar la mona en la contornada de aquel arroyo al cual los vecinos llamaban la rambleta.
Allí juegan, merienda e incluso se guarecen de una fuerte tormenta.
Uno de los juegos que llevan a cabo es el de las prendas y a doña Clara le toca traer hojas de morera; como no ve cerca de donde ellos estaban, le toca saltar el tapial derruido que daba a aquella antigua huerta donde hacía años habían vivido Pere, Pi y Pa.
La mala suerte hizo que doña Clara resbalara, dándose un fuerte golpe en la cabeza, quedando allí seminconsciente.
Cuando despertó del trompazo, se había hecho de noche, nada se veía, y solo le acompañaban el resplandor de la primera luna menguante de primavera y el sin fin croar de las ranas.
En ese momento escuchó:
- “oh mira pobre xiqueta, ¿qué hacemos?
- Pues ayudarla (…) además estamos en luna de Pasqua y podemos hablar”
Clara no veía nada, y preguntó sobre quién estaba ahí y si le podían ayudar.
- “estamos aquí arriba, mira como muevo las ramas del pino ¿lo ves? Yo soy Pi, ¿te acuerdas lo que te ha contado la abuelita de la alquería?
- Y yo soy Pa. Mira la Palmera que hay junto al pino alto, ¿la ves?”
Clara pensaba que estaba soñando, pero se dio cuenta, que no que estaba despierta, con dolores en un costado, pero hablando con aquel Pino y aquella Palmera; así pues ya entrada en conversación les preguntó si eran aquellos niños que había traído Pere al huerto, y ¿cómo se habían convertido en árboles?
Así pues Pi, comenzó a decirle, que sólo pueden hablar cuando están en la primera luna menguante de primavera, pero que además deberá guardar el secreto durante 741 lunas, porque de no hacerlo tanto el como Pa, morirían.
De esta manera, doña Clara se había convertido en la conocedora del secreto de que había ido de aquellos dos niños, pero con la responsabilidad de saber que si lo contaba ambos morirían, guardó el secreto.
Y cuando habían transcurrido esas 741 fases lunares, o lo que es lo mismo 57 años contó lo que en aquel misterioso huerto había pasado.
Pa y Pi, le contaron que el mismo día
que cumplieron diez años, sin saber muy bien cómo habían crecido en sólo una
noche más de un metro, y que a los dos días ya medían tres metros.
Pere temeroso de las miradas del vecindario y de que pudieran hacer algo a los niños, mandó construir el tapial de cinco metros; así mismo llamó al señor que los había entregado a Pere, que resultó ser el conductor de aquel coche misterioso a motor, y éste le dijo, usted Pere ya sabía que eran seres especiales, eran gigantes y mala cabida tenían en este mundo, sólo podrían hacerlo en la isla donde habían nacido.
El señor del coche a motor le dijo "yo no puedo hacer que no crezcan, pero puedo hacer que vivan muchos años y que sean beneficiosos para la humanidad, convirtiéndolos en árboles".
Pere con dolor inmenso trató de convencer a Pa y a Pi que se marchasen con aquel señor que diez años atrás se los había entregado, pero Pi y Pa, no querían separarse de su padre adoptivo.
Y así es como a través de magia,
aquel hombre misterioso convirtió a los dos hermanos en dos maravillosos
ejemplares arbóreos, un Pino y una Palmera, que a día de hoy siguen saludándonos con sus brazos en forma de rama.
La historia continúa, pero prefiero que la sepáis de primera mano leyendo el libro de doña Clara. (Els dos gegants de Sant Marcel.lí).
La cosa es que en el año 2007 doña Clara abandonó este mundo; y en su barrio la Asociación de Vecinos luchó porque la biblioteca de San Marcelino tuviese el nombre de esta Ilustre Vecina, reivindicación que llegó en el año 2012.
Foto de Valencia blog |
Así pues frente a Pi y a Pa está la biblioteca dedicada a su amiga Clara; que estoy seguro es la artífice de las miles de flores que rodean la contornada; y también estoy seguro que en las primeras lunas menguantes de primavera contiunarán con sus animadas converasaciones. FINEM.
(Dedico este artículo además de a la memoria de la maravillosa Clara Santiró i Font, a tres grandes amigos, "Sanmarcelineros de pro"; a Lola Patiño Peñaranda, a David Castillo Ferre y a Carles Hernández Coscollà)