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miércoles, 3 de octubre de 2012

De peregrinaje en el XLII Septenario de Santerón.




 
 Vallanca (Valencia)
Desde 1718 y cada siete años, los días 16 a 26 de septiembre son sinónimo de festividad en la bella población de Vallanca, al noroeste de la comarca del Rincón de Ademuz (Valencia).
Y es que el 16 de septiembre de cada septenario cientos de personas acuden en romería a la ermita de la Virgen de Santerón. Una ermita ubicada en el término municipal de Algarra (Cuenca), y en el extremo más al sur de los denominados Montes Universales.
A caballo entre la historia y la leyenda, se cuentan por estos lugares que Vallanca sufrió una gran sequía, otros hablan de una gran epidemia de peste; fuera como fuese la cuestión es que según esta historia, las gentes del lugar acudieron a la Virgen a orar para que finalizasen estas calamidades, y al poco éstas desaparecieron, naciendo de ahí la tradición de esta romería y la fe en la Virgen de Santerón de las gentes de Vallanca.
Este año 2012, se ha celebrado el XLII septenario, y casualidades de la vida, el día 16 de septiembre me encontraba yo por las tierras del Rincón, por lo que en compañía de mis buenos amigos Alfredo Sánchez y Luisa Sendra me decidí hacer la peregrinación a Santerón en la mañana del domingo 16 de septiembre.
                                   
Salí de casa en Torrebaja a eso de las 7:30 pues había quedado con Alfredo y Luisa en las puertas de la Iglesia de Vallanca sobre las 8:00, ya que a esa hora partía la comitiva camino de Santerón; la mañana era fresca, rondaban los 8 grados, pero el raso del cielo pronosticaba un buen día.
Vallanca despertaba de una forma especial, el canto de los  pájaros, las campanas volteando anunciando que comenzaban las fiestas, las guitarras, dulzainas y tambores; así como el impecable engalanamiento de la villa, hacían de esos momotos de espera, un instante mágico y especial.
 
 
  
 

 

Al poco llegaron Alfredo y Luisa y en seguida anduvimos tras la comitiva hasta el paraje que denominan la Vega. Una inmensa chopera donde a la tarde cuando la Virgen viene desde su ermita se encontrará con los cientos de peregrinos venidos desde todo el Rincón de Ademuz.
Comenzamos la subida a Santerón, donde Alfredo me explicaba sus hipótesis teóricas en relación a que esta tradición tuviese un origen celta; y sobre los fundamentos de esa teoría de Jean Bertrand que dice que “un lugar sagrado sigue siendo sagrado
 incluso si la religión ha cambiado”; Alfredo me comentaba la original ubicación de la ermita de Santerón en la mitad de un valle a equidistancia más o menos parecida de siete municipios; la cuestión es que días después, Alfredo ha hecho un estudio más en profundidad sobre el tema, en el que se asientan sus argumentos y raciocinios y que les he dado publicidad a través del siguiente post bloguero:
El camino a Santerón desde la villa de Vallanca, comienza por una pista forestal que continúa hasta los altos de la Sierra de Santerón y que permite el acceso a la ermita con vehículo con una distancia de unos 18 kilómetros y que es por donde a la tarde los peregrinos bajan la imagen de la Virgen hasta Vallanca.
El trozo de camino que compartimos peregrinos andando y vehículos es un poco tortuoso, por el continuo polvo que levantan los coches. A los tres kilómetros aproximadamente desde el pueblo, el camino de herradura para los caminantes se desvía a la izquierda para ya no encontrarnos con vehículos hasta la zona de descanso y almuerzo donde de nuevo se mezclan las piernas humanas con las cuatro ruedas…

 
Alfredo me cuenta que antaño todo el mundo subía andando o con caballerías engalanadas para la ocasión, lo que en cierta medida hacía aún más auténtica la peregrinación.
 
(Fotografía de exposición de Vallanca antigua)
Tras la parada del almuerzo, comienza el ascenso de verdad, a través de un serpenteante sendero,  se inicia una gran subida que nos llevará hasta las estribaciones de la cima del monte Talayón (1601 metros), desde el que hay unas hermosas vistas de las Sierras de Tortajada, Javalambre y Escandón, y donde además se aprecia nítidamente todo el valle del Turia/Guadalaviar desde Teruel hasta el Rincón de Ademuz; a este punto llegamos todos jadeantes, pues el desnivel eso nos había proporcionado, pero la panorámica compensaba con creces.
 

 

 
 
 
 
Tras un receso de cinco minutos para beber agua y descargar un poco las piernas continuamos la marcha, ya por la otra vertiente de la sierra, apreciando desde aquí tierras de Castilla, y observando a la izquierda en la lejanía los dominios del marquesado de Moya, con su imponente castillo, la villa de Landete, o las estribaciones de la Sierra de Mira y de Talayuelas.

 
 
 
En una de esas atalayas al vacío, y junto al sendero, nos encontramos con una roca a la que denominan el perro, por el razonable parecido con un can, y donde todos cual japoneses en un museo, nos parábamos a fotografiar.
 
Por fin unos metros después observamos abajo en mitad de un extenso valle el eremitorio de la Virgen de Santerón.
 
 
Han sido tres horas y trece kilómetros de andar, pero que gracias a la buena compañía y a la belleza del paraje se han pasado sin a penas darte cuenta.

Junto a la sencilla ermita, y bajo el enorme nogal plantado a orillas del camino, cientos de personas departen sobre el transcurso del camino, toman algún tentempié y preparan sus tarteras para la posterior comida.
Son las 12:00 horas y comienza la multitudinaria misa, que hace pequeña a la ermita; La misa la ofició el párroco de Algarra (Cuenca), pueblo en cuyo término está la ermita de Santerón; y bueno el cura, era auténtico, con sotana incluida, lo que nos hizo ir a conocerlo tras la celebración de la misa, y aquí está la instantánea del momento…

 
Después y antes de comer, varios jinetes hicieron demostraciones varias con sus caballos, mujeres ataviadas con trajes regionales castellanos bailaron varias jotas; el ambiente festivo y sobre todo de amistad generalizada lo invadía todo.
 
Alfredo, Luisa y yo con unos amigos de éstos naturales de Vallanca, y de una amabilidad extrema, nos separamos hasta la sombra de un pino, pues el sol apretaba y allí entre todos compartimos los distintos manjares que portábamos en nuestras mochilas.
 
Los vallanqueros durante la comida nos contaron muchas cuestiones relativas a la fiesta, a otras peregrinaciones, o incluso a la riqueza medio ambiental del paraje donde se encontraba la ermita.
De igual manera nos contaron que hacía a penas tres septenarios, es decir veintiún años, la imagen de la Virgen se bajaba y subía por la vereda de herradura por la que habíamos accedido los caminantes, dejándonos perplejos por la dureza del camino; y entendiendo perfectamente que pese a haber más distancia por el camino de forestal se bajen y se suban por ahí las andas.
Sobre las 14:30, la imagen de la Virgen salió de su ermita, y a hombros de las gentes de Vallanca comenzó su andadura camino del pueblo; instantes después se hizo lo que se denomina censo del ajuar, donde se anotan las joyas y abalorios que acompañan a la imagen.
 
El camino de descenso se hace cantando, rezando, hablando, etc… habiendo ocho descansaderos donde los portadores hacen sus relevos y estiran los entumecidos músculos…

Yo en el instante que la Virgen salía de su ermita, me despedí de las gentes de Vallanca que también nos habían tratado y de Alfredo y Luisa, pues tenía que regresar pronto a Valencia, por lo que no hice el camino de retorno a Vallanca con la imagen de la Virgen, sino que me volví por la ruta de herradura por la que habíamos subido en la mañana.
Los trece kilómetros de vuelta prácticamente en soledad, pues sólo me encontré gente en el alto del Talayón y en las inmediaciones a Vallanca, me llevaron a reflexionar sobre muchas cuestiones; también me hacían pensar en las cientos de personas que habrían hecho esa ruta alguna vez, cada uno con sus pensamientos, peticiones, fe, esperanzas, etc… lo ancestral del recorrido, y la grandiosidad de la abrupta naturaleza.
Llegué a Vallanca, un poco cansado pero más que satisfecho de haber hecho la ruta, que sin lugar a dudas espero poder volver a repetir… terminé mi excursión a Santerón refrescándome en la magnífica fuente de la Teja junto al río Bohilgues, con la enorme complacencia de todo lo que había vivido.



 Desde aquí un fuerte abrazo a mis amigos Alfredo y Luisa, por ser como son.
 
 Y una felicitación a las gentes de Vallanca por tan magnífica fiesta y celebración, en el 2019 más y mejor.

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