Corría la segunda mitad del siglo XIX cuando dos jóvenes
valencianos iniciaron una relación afectiva y de noviazgo, sus nombres eran
Vicente García Valero y Emilia Vidal Esteve.
Ambos vivían por el entorno de lo que hoy son las calles de las Barcas y Juan de Austria, el urbanismo
a lo largo del siglo XX ha modificado esa zona de la ciudad de Valencia, y en
lo que hoy es el edificio del Banco de Valencia, existían una pequeña plazuela
denominada de las Barcas, que hacía de enlace y antesala de todo aquel cruce de
calles a las puertas del Teatro Principal.
Vicente se dedicaba a las artes escenas, y esta cuestión le
hacía moverse de forma continua a lo largo y ancho del país.
Al final del otoño del año 1876, Emilia enfermó de fiebres
tifoideas, una enfermedad infecciosa que hoy tiene cura, pero que a finales del
siglo XVIII, producía la muerte de muchas personas.
Emilia apenas tenía 18 años. Y su familia de condición
humilde no podía hacer frente a un sepelio digno, por lo que los restos de la
joven Emilia fueron depositados en una fosa común del Cementerio General de
Valencia.
En el momento de la muerte de Emilia, Vicente que contaba con
veintidós años, estaba con su trabajo
lejos de la ciudad del Turia; extrañado por la falta de cartas de su amada, y
contestación a las suyas, acudió a Valencia donde de seguida fue informado del
fatal desenlace.
Roto por el dolor preguntó que dónde había sido enterrada,
para poder depositar una flores y dedicarle unas oraciones…; pero su tristeza
aún se agrandó más si cabe, cuando supo que había sido depositada en una fosa
común.
Raudo reunió todo el dinero que había ahorrado durante los
últimos meses haciendo galas teatrales por los pueblos y ciudades de España y
se acercó hasta las oficinas del Cementerio, situadas en las mismas
instalaciones del mismo, y pidió comprar un nicho para su amada, un lugar digno
para el descanso eterno de su Emilia. Y así pues compró a título de perpetuidad
el nicho número 1.501; le costó 250 pesetas.
El problema ahora era desenterrar el cuerpo de Emilia y
trasladarlo hasta este nicho.
La burocracia de la época no permitía, o al menos no ponía
fácil estas acciones, por lo que Vicente, tuvo que apelar a la picaresca, y a
la aplicación de esa frase que tan bien nos identifica a los españoles que dice
que “hecha la ley, hecha la trampa…”
Así pues tuvo que sobornar a un capellán de cementerio, al mismo que había llevado a cabo el
enterramiento de la joven, para que éste le indicase el lugar exacto donde
había sido inhumada, y tras arduas gestiones, en la tarde - noche de la
Nochebuena del año 1876, consiguió desenterrar a Emilia, y trasladarla al nicho
que había comprado.
No pudo evitar el no abrir el féretro, y allí estaba Emilia
según dijo el propio Vicente como dormida, esperando el último beso de su amado…
Vicente por su trabajo tuvo que abandonar de nuevo la ciudad
de Valencia, instalando su residencia en Madrid, pero todos los años para la
fiesta de Todos los Santos; encargaba la limpieza, decoro y adecentamiento del
nicho 1.501, así como la colocación de un precioso ramo de flores.
A los pocos años, Vicente se casó, lo hacía con una hermana
de Emilia, e incluso tuvo una hija con ella, a la que también llamaron Emilia.
Pero este hecho no hacía a Vicente olvidar a su primera
novia, y año tras año, el nicho 1.501 amanecía el día de Todos los Santos repleto
de flores; incluso cambió la lápida en tres ocasiones.
Pero la vida no iba a ser fácil para Vicente, cuando la niña,
la pequeña Emilia contaba con apenas cuatro años y medio falleció a los brazos
de éste, y poco después lo hacía su esposa…
Vicente desconcertado, pero con inmenso respeto y amor que
procesaba por la familia de su mujer, accedió a contraer matrimonio de nuevo, y
lo hizo con la otra hermana que quedaba, la más joven de todas.
Y así la vida fue siguiendo…; Vicente se hacía mayor y lo
llamaban de pocos sitios para interpretar como actor, y en aquella época la
protección social era brillante pero por su ausencia por lo que las estrecheces
económicas empezaron a ahogar al matrimonio.
Un día Vicente salió a pasear por las calles de Madrid, para
evadirse un poco de los problemas y decidió comprar un décimo de lotería. El
número del décimo era el mismo del nicho de su amada Emilia, el número 1.501. A
los pocos días, el 10 de octubre de 1912 los niños del Colegio de San Idelfonso
llevaron a cabo el pertinente sorteo, resultando como décimo ganador el que comprendía
los números 1, 5, 0, 1. Efectivamente el número 1501 había sido agraciado con
un gran premio de la lotería nacional. (Unas 600 pesetas).
Vicente murió en Madrid en el año 1927, creyéndose que sus
restos descansan allí.
A día de hoy el nicho 1.501, situado en la sección segunda
del Cementerio General de Valencia, a espaldas de la Iglesia, está en una
situación de erosión y olvido, apenas se puede ver en la parte baja de la
lápida la inscripción: “Recuerdo de V. García Valero”; pero seguro que por
mucho que pasen los años, y los siglos su amor sigue vivo…
Si queréis saber más sobre esta historia y sobre muchas otras
del Cementerio General de Valencia, os recomiendo muy mucho hacer la ruta del “Museo
del Silencio”, de la mano del Investigador y Humanista, además de estupenda
persona Rafael Solaz Albert. FINEM.