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martes, 25 de noviembre de 2014

EL ÚLTIMO VIAJE DE ISABEL LA CATÓLICA. De Medina del Campo a Granada

Atardece en la Alhambra
Corría el mes de noviembre de 1504, cuando la Reina castellana Isabel de Trastámara, enferma y en el lecho, dejaba escrito en testamento ante Gaspar de Grizio (Secretario Personal de la Reina), que quería ser enterrada en la bella Granada; “quiero e mando que mi cuerpo sea sepultado en el Monasterio de San Francisco, que es en la Alhambra de la Cibdad de Granada, siendo Religiosos o Religiosas de la dicha Orden, vestida en el hábito Pobre de San Francisco, en una sepultura baxa que no tenga bulto aguno, salvo una losa baxa en el suelo, llana, con sus letras esculpidas en ella”.
Testamento de Isabel I de Castilla
Oleo de Eduardo Rosales



Esto se escribía el 12 de octubre y el 23 de noviembre dictaba sus últimas voluntades; sólo tres días después,  el sábado 26 de noviembre de 1504, a eso de las 12 horas del mediodía expiraba la Reina castellana.


Así pues tal y como había dispuesto la Reina, se puso en marcha un cortejo fúnebre que trasladó los restos de la Monarca desde la sobria Medina del Campo, hasta la capital del último bastión nazarí.


Medina del Campo
http://www.revistaiberica.com
Palacio de la Alhambra
 El viaje se prometía largo, pues había que ir por caminos carreteros, ya que se trasportaba el ataúd sobre dos ejes con ruedas; de hecho se había encargado al carpintero de Palacio, la elaboración de este artilugio; fabricándose una especie de camastro donde asentar el ataúd, y que además fuese compatible para la instalación de andas. Por este artilugio se pagaron novecientos setenta maravedíes.

Pintura de Francisco Pradilla. "Descanso del Cortejo"
El inicio de la partida del cortejo desde Medina del Campo, fue de gran impresión, toda la ciudad acudió a despedir a su reina, en un día donde el cielo arreciaba con una intensa lluvia que pronto se tornó en aguacero, era un domingo 27 de noviembre.
El cuerpo de Isabel había sido ataviado con un austero hábito franciscano como ella había dispuesto en testamento, y su  robusto ataúd era trasladado en andas por su séquito más fiel, Consejo Real y criados; el tañer de las campas de Medina del Campo despedía al lúgubre y numeroso cortejo que acompañaría a la Soberana hasta la Alhambra.
http://4.bp.blogspot.com/
El temporal de viento, lluvia e incluso nieve en las zonas altas de la estepa castellana, conllevaron a que el ataúd tuviese que ser protegido de los elementos; envolviéndolo en cueros de becerro encerados.
Esto contaba  Pedro Mártir de Anglería Cronista Oficial y  acompañante en el cortejo en relación a la meteorología: “ni el sol ni la luna fueron vistos en todo este tormentoso y póstumo entierro… y sin embargo ninguno quiso abandonar”.


De esta forma,  con los ríos desbordados, y los puentes de los caminos destrozados, lentamente el cortejo fúnebre fue atravesando las anchas castillas, pasando por las ciudades de Arévalo, Carceñosa, Ávila, Cebreros, Toledo, Orgaz, Los Yébenes, Manzanares, Viso del Marqués, Linares, Espeluy, Mengíbar, Jaén, Torredelcampo, Alcalá la Real y Pinos Puente entre otras, hasta arribar a Granada.


El paso del río Alberche en la localidad de Cebreros (Ávila), ya fue toda una odisea, haciendo temer a los organizadores del viaje, como estaría el gran Guadalquivir.
En Toledo sus ciudadanos pidieron que se detuviera el cortejo varios días para poder velar y rendir homenaje a su Reina, pero la intensidad del temporal y el miedo al estado de los caminos  desestimó esta idea, parando solamente por la noche para descansar de la jornada, hasta el día siguiente; tal y como se hacía en todos los pueblos y villas por los que pasaba el cortejo.

Catedral de Toledo
Si tortuoso y complicado fue todo el viaje, la cosa tornó en aventura peligrosa, cuando en Mengíbar (Jaén), el cortejo tuvo que cruzar un  río Guadalquivir crecido como pocas veces se había visto; y según cuentas las crónicas, aunque no hubo que lamentar pérdidas humanas, varios caballos, mulos y carretas fueron arrastradas por las embravecidas aguas del noble río andaluz.



Los carros y enseres debían ser reparados sobre la marcha, y no fueron pocas las mulas que se despeñaron por los complicados pasos de la ruta y lo accidentado del camino en mitad de una gran y duradero temporal.

 

Por fin el 17 de diciembre y tras veintiún días de marcha, el Real cortejo alcanzó la fértil vega de Granada, y a lo lejos las Torres Bermejas, la Alcazaba sobre el fondo de Sierra Nevada, anunciaban que habían llegado a su destino.


 
El Concejo de Granada ya lo había preparado todo, y la ciudad recibía los restos de Isabel engalanada con trazos de luto, velas y tañer de campanas.
Desde la Puerta de Elvira, lugar cercano a la famosa escena en la que Boabdil entregó las llaves de Granada a los Reyes Católicos en 1492, hasta el Palacio de la Alhambra, el cortejo fúnebre fue transcurriendo en silencio por las calles de la “reconquistada” Granada, con un desfile interminable de caballeros y cortesanos, velas y tambores, precedidos todos ellos de un enorme pendón de Castilla engalanado para la ocasión. 

Puerta de Elvira
Entrega de Granada. Serie Isabel de TVE


 

Finalmente el domingo 18 de diciembre de 1504,  los restos de la Soberana de Castilla fueron depositados en la oquedad que los Franciscanos de la Alhambra habían preparado frente al altar, en la antigua Capilla Real Mora de la Alhambra.

Convento San Francisco de la Alhambra
Sobre la tumba de Isabel, sólo una sencilla lápida de mármol blanco indicaba que allí se encontraban sus restos.

Capilla donde se enterró a Isabel y a Fernando

 

Años después en 1516, pese a que por cuestiones de Estado había contraído nuevas nupcias con Germana de Foix, el Rey Fernando de Aragón, también fue inhumado en el mismo lugar junto a su esposa; tal y como ambos habían determinado en sus respectivos testamentos.
El 10 de noviembre de 1521, y tras haberse concluido la Capilla Real junto a la Catedral de Granada; por orden del nieto de los Reyes Católicos, el Emperador Carlos I de España y V de Alemania, se trasladan los restos de Fernando e Isabel donde yacen juntos hasta hoy. FINEM

Capilla Real Catedral de Granada

lunes, 10 de noviembre de 2014

VISITANDO EL PALACIO DUCAL DE GANDÍA, y tomando algunas notas sobre el IV Duque; San Francisco de Borja



Hace tan sólo unos días, tuve el enorme placer de conocer la ciudad de Gandía, y en ésta además de admirar sus playas, o su buen hacer urbanístico.

  
  
 
 

Pude visitar el Palacio Ducal, ese Palacio donde a lo largo de los siglos vivieron los Duques de Gandía, siendo la familia Borja la más destacada en este título nobiliario.

 
 

Tres han sido los nombres que por su relevancia han pasado a la historia con más fuerza que los demás, estos son Alfons de Borja, (Papa Calixto III), Rodrigo de Borja (Papa Alejandro VI), y Francisco de Borja, al cual lo canonizaron e hicieron Santo en 1671, bajo el Papado de Clemente X. 

Calixto III
Alejandro VI

Y es en relación a éste último personaje, sobre el que quiero contar algunas cuestiones:
Desde siempre había visto la iconografía de San Francisco de Borja sosteniendo una calavera, incluso en alguna pintura había visto esta calavera con corona Real:
Iconografía San Francisco de Borja
Tras visitar el Palacio Ducal supe cuál es la razón de esta representación, ya que además el pasaje ocurrido, resultó ser el punto de inflexión en la vida del Borja, el cual decidió abandonar los lujos de su condición social, para convertirse en sacerdote Jesuita.

 
                                                                       Interiores del Palacio Ducal

Francisco de Borja formaba parte de la Corte española al servicio del Emperador Calor I de España y V de Alemania, hijo de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca, y por ende nieto de los Reyes Católicos.

Emperador Carlos V
Una de sus funciones fue la del cuidado y protección de la Emperatriz Isabel de Portugal, esposa de  Emperador Carlos; ya que éste por ser la máxima autoridad de vastos territorios, estaba mucho tiempo fuera de la Corte.
Emperatriz Isabel de Portugal
Las crónicas cuentan de la virtualidad de la Emperatriz Isabel, donde la bondad y la belleza parece ser que discutían a ver cuál era más abundante en su persona.
Así no es de extrañar que en el de Gandía surgiera un querer y fervor especial hacia la Emperatriz, hablando algunos historiadores de la existencia de un amor platónico hacia la reina por parte de Francisco de Borja.
La cuestión es que en abril del  año 1539, la Emperatriz tiene un alumbramiento, en que da a luz a un niño muerto, el malogrado parto, le provoca grandes derrames que pocos días después acaba con su propia vida, a la edad de treinta y seis años…; fallece en el Palacio de Fuensalida de Toledo, y el Emperador manda que sea enterrada en el panteón Real de Granada; así pues se prepara un cortejo fúnebre que transporte los restos mortales de la bella Emperatriz desde Toledo hasta la ciudad de la Alhambra, y para coordinar tal empresa, Carlos I designa al desolado Francisco de Borja.
La marcha fúnebre duró más de dos semanas, por tierras de la Mancha y Andalucía en mitad de una descomunal calurosa primavera.

 

 Al llegar a Granada y justo antes de entregar el féretro a los monjes que debían sepultarlo, para dar fe del hecho de la entrega del cuerpo de la Emperatriz, se mandó abrir el ataúd…; el calor y los días de marcha en el traslado habían conllevado a un veloz avance en la descomposición del cuerpo sin vida de la Emperatriz.

 
 
Esta visión impresionó enormemente a Francisco de Borja, el cual afirmó que: “no puedo jurar que esta sea la Emperatriz, pero si juro que es su cadáver el que aquí ponemos”… instantes después muy apesadumbrado prácticamente calló derrumbado ante uno de sus caballeros.

 
El que después fue Duque de Gandía no puede quitarse de la cabeza la visión de aquellos restos, de la mujer por la que había sentido tanta devoción, entrando en un importante desasosiego espiritual; y pronunciando aquella célebre frase de “nunca más servir a Señor que se me pueda morir”.


Sus pensamientos raudos tras estos sucesos comenzaron a valorar lo espiritual frente a lo material, y pidió al Emperador abandonar la Corte y la vida pública, pero Carlos V, no aceptó su petición, y le encomendó ser Virrey de Cataluña, cargo que desempeñó el de Gandía desde el año 1539 al 1543; siendo en este año y tras la muerte de su padre, cuando además heredó el título del Ducado de la capital de la Safor.


En 1546 fallece su esposa, siendo éste el motivo último que le impulsa a Borja a abandonar los lujos de la nobleza para ingresar en la Compañía de Jesús; pero lo hace en secreto, pues su descendiente en el Ducado todavía es pequeño, y además Ignacio de Loyola le indica que debe de estudiar Teología, haciéndolo en la Universidad que sea acababa de fundar en Gandía.


Así pues el Duque de Gandía ejerce como tal de cara a la galería, pero había ordenado construirse una humilde y sencilla alcoba tras el Salón del Trono, donde dormía y vivía, así como un recóndito oratorio, muy transformado a día de hoy.


En 1550 cede el Ducado de Gandía a su primogénito Carlos de Borja que pasa a ser el quinto Duque de Gandía, y acabados sus estudios de Teología, Francisco de Borja fue ordenado Sacerdote.

 

Una de las funciones como Sacerdote fue la de reconfortar y atender a Juana I de Castilla, conocida popularmente como Juana la Loca, ya que éste había sido recluida en un palacete en la ciudad Castellana de Tordesillas durante más de cuarenta y seis años… pero esta es otra historia de la que algún día comentaremos en el blog.
Juana de Castilla recluída en Tordesillas
Francisco de Borja murió el 30 de septiembre de 1572 en la ciudad de Roma; en 1572 fue Beatificado y en 1671 Canonizado como Santo.
Así pues ya sabéis el porqué de la iconografía del Santo de Gandía…
Si pasáis por la bella Gandía no dejéis de visitar el Palacio Ducal, ya me contaréis. FINEM.


LOS AMANTES DE TERUEL. Una bella y triste historia de amor.

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