El pasado 29 de agosto, apurando ya
el período vacacional, estaba en la casa familiar sita en Molina de Aragón
(Guadalajara), mientras leía desde la terraza con vista al impresionante
castillo de la villa, me puse a contemplar el espectáculo que sobre los cielos del
pueblo se estaba produciendo.
Es lo que tiene el tiempo de asueto,
que te permite estar al loro de las cosas importantes de verdad: justo en
frente había dos grandes buitres planeando y oteando desde las alturas, supongo
que en busca de alguna carroña que llevarse al pico.
A la vez dos hurracas parecía que estaban
peleando por coger el mejor sitio en la rama de un raquítico manzano que hay justo
enfrente.
Aunque hasta el momento los protagonistas de la tarde sin lugar a dudas eran los vencejos, que no paraban en su deambular de un extremo a otro, como si estuvieran jugando al tú la llevas …; tras la distracción volví a centrarme en la lectura, hasta que los sonidos insistentes en el grupo de whatssap de la familia, me llevó a mirar el móvil. Mi cuñada Tere decía: “mirad al cielo está lleno de cigüeñas”.
Raudo dejé el libro y de nuevo me
puse a contemplar el cielo, efectivamente como en forma de uve, decenas y
decenas de aves zancudas llegaban a Molina. Lo hacían sobrevolando las torres
del castillo, es decir venían del norte.
Al poco iban posándose en los
edificios más altos de la ciudad, desde luego las torres del castillo, de las iglesias,
el cerro de Santa Lucía, y en los bloques más altos de pisos.
Una se posó
relativamente cerca de casa, y con los prismáticos pude avistar que estaba
anillada, apurando mucho y tras varios intentos pude comprobar que el
anillamiento era de Francia, por lo que me impresionó pensar que nuestras
visitantes ya habían hecho un gran tramo de su viaje, camino de tierras más
templadas.
La tarde en
Molina era fresca, pero aquel espectáculo invitaba a salir de casa y tratar de
inmortalizar el momento.
Tras ver al
anillamiento francés me sugestioné, y me parecía todo el rato verles cara de
cansadas como de fatigadas, y que los frescos aires que corrían por la vega del
río Gallo, les servía de “ungüento” perfecto para recobrar fuerzas.
Algunas vi
picoteando por los suelos del cerro de Santa Lucía, pero la mayoría de ellas, solamente
estaban posadas, alerta de todo lo que acontecía a su alrededor; pero pese a
esa precaución se les veía como tranquilas, relajadas; parecían como sabedoras
de que eran las protagonistas de todos los ojos y de cientos de objetivos
fotográficos.
La espadaña de
Santa Clara, o los tejados del convento de clausura, y de la torre de San Gil,
también fueron posadero perfecto.
Y como no, en
el castillo alcázar; la muralla occidental, la torre albarrana, la de San Antón
y la de Veladores, fueron los favoritos descansaderos de nuestras zancudas
visitantes.
La cosa es que los altos edificios de Molina se quedaron pequeños para el aluvión de cigüeñas que vino, lo que llevó que los postes de electricidad que rodean el pueblo, y los grandes árboles, también fueran posadero para el descanso.
Observando este espectáculo, me surgían muchas dudas, como por ejemplo de cómo se guiaban, cómo decidían donde se debía de parar, por qué Molina es lugar de parada, pues esto es un episodio que se repite todos los años, tanto en su periplo hacia el sur, como cuando retornan; cuál sería su siguiente parada, cuanto tardarían en llegar a su destino, a qué hora comenzaban de nuevo el vuelo, cómo lo iniciaban, etc..
Para despejar
alguna de esas dudas, pregunté a mi hermano Javier, que es un sabio en todo lo
relativo a la ornitología; así pues, me explicó, que de normal viven en parejas
en zonas urbanas, y que la mayoría de esta gran bandada venía desde Francia y
Bélgica.
Así mismo me contaba que cuando es la
hora de emprender el viaje para evitarse los fríos rigores del invierno, cada
una de ellas desde su lugar de nidificación acuden a zonas de humedales,
lagunas, etc… para ya todas juntas emprender el viaje, ejerciendo de guía la
cigüeña más vieja o experimentada de todas.
El viaje lo
hacen de día, guiándose por la vista, en base a accidentes geográficos, como
montañas, valles y ríos.
Para evitar el menor desgaste físico, aprovechan en su desplazamiento, las corrientes térmicas, planeando de unas a otras y acompañando su movimiento con ocasionales aleteos.
Por lo noche,
se les percibía inmóviles y tranquilas, y ni un sonido se escuchaba de los
lugares donde se encontraban, al día siguiente (30 de agosto), tranquilas
seguían en su descansaderos; esperaron a que el sol no sólo hubiese despuntado,
sino que la intensidad de sus rayos hubiese secado el rocío de sus plumas, para
así poder emprender mejor el viaje, y a las 9:30 horas en punto, de repente
todas ellas, como si de una marcha marcial se tratara, abrieron su enormes alas
blancas y retomaron el vuelo…; a los pocos minutos las cientos de cigüeñas que
habían descansado en Molina, desaparecieron camino del sur.
Algunas llegarán a la zona sur del Sáhara,
otras se quedarán por el delta del Guadalquivir; la cosa es que según datos del
Ministerio de Medio Ambiente, unas treinta y un mil cigüeñas cruzan el estrecho
de Gibraltar cada año.
Las cigüeñas
tornarán por estos lares a finales de febrero, haciendo mención a ese refrán que
dice: “por San Blas la cigüeña verás, y si no la vieres año de nieves”.
Su viaje hacia el sur, indicaron cual canción del Dúo Dinámico, que el verano está terminando. FINEM.