sábado, 25 de abril de 2015

LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES y la dictadura que cayó al compás de una melodía.

Soldados Revolución de los claveles

A lo largo de la historia política del mundo muchos han sido los derrocamientos de gobierno, golpes de estado, o revoluciones que en un momento dado han cambiado los designios de un determinado pueblo.

El problema es que casi todas estas revoluciones han tenido un denominador común, el uso de la violencia, la armas, y la sangre…; de ahí que para mí la revolución acaecida en Portugal en el año 1974, sea un ejemplo de como un pueblo puede sublevarse contra el poder en este caso dictatorial, de forma coordinada con el ejército a través de una revuelta totalmente pacífica; me estoy refiriendo a la denominada Revolución de los Claveles.
Revolución francesa
En 1933, el profesor universitario Antonio de Oliveira Salazar, tras varios años de dictadura militar (desde 1926) accede a la presidencia del gobierno, y conforma lo que se denominó “Estado novo”; un régimen nacionalista que con la ayuda del ejército confiere amplio poder al gobierno, adoptando ideología fascista a la semejanza del italiano Benito Mussolini; las libertades individuales de la ciudadanía se sacrificaron en pro de lo que los salacistas consideraban el interés superior de la nación.
 
Oliveira de Salazar y Franco
El dictador español Francisco Franco, decía de Oliveira Salazar que: El hombre de Estado más completo, el más digno de respeto que he conocido es Salazar. Lo considero una personalidad extraordinaria por su inteligencia, su sentido político, su humanidad... Su único defecto es probablemente la modestia.”…

Oliveira  Salazar y Franco
Oliveira Salazar llevó un control férreo del poder en el país luso, hasta 1968, que tras sufrir un traumatismo craneal por un accidente doméstico, el propio régimen lo sustituyó en el poder, aunque éste enfermo por dicho traumatismo no fue consciente de esta retirada del poder, falleciendo en 1970; para entonces ya le habían suplido en el cargo en la persona de Marcelo Caetano, el cual llevó a cabo  una política continuista con su predecesor; hasta el 25 de abril de 1974 que con la Revolución de los claveles es destituido del poder, y exiliado a Brasil donde vivió el resto de sus días.

Marcelo Caetano
Para entender el espíritu de la Revolución de los claveles, hay que viajar al contexto de la época; Portugal seguía siendo un país con grandes déficits, en materia de renta per cápita, cultura, libertad, infraestructuras, educación, etc… en un  continente europeo en plena efervescencia, siendo Portugal al país más pobre de la Europa occidental; así mismo el gobierno luso estaba inmerso en un muy costosa guerra para mantener las colonias del continente africano, y asiático.

El General Antonio de Spinola se enfrenta al gobierno salacista  aludiendo a que  no debía seguirse la guerra colonial en África, sino buscarse una solución política a ese conflicto, y centrase en sacar a Portugal y a los portugueses de la situación de miseria y desamparo en la que se encontraban.

El Gobierno del régimen no acepta con agrado esta postura y comienza así una importante fractura dentro del ejército.
Así mismo y al contrario de lo que ocurría en España en aquellos momentos, el ejército portugués contaba en sus filas con un nutrido grupo de oficiales de ideología izquierdista, que pronto se pusieron a las órdenes del General Spinola para iniciar el derrocamiento de la dictadura, y devolver la libertad y la democracia al pueblo luso.
Este grupo se denomina “Movimiento de las fuerzas armadas”, reuniéndose secretamente por primera vez en el año 1973; en marzo de 1974 pretenden llevar a cabo un levantamiento que rápido es aplastado por la dictadura, se denominó “levantamiento de las Caldas”.

Ahí comenzó un período de angustia para el movimiento de las fuerzas armadas, pues el ejército se llenó de espías al servicio del régimen salacista.
Los militares revolucionarios entendieron que debían de contar con la población, que ellos solos no podían derrocar a aquel régimen dictatorial, y que debían hacerlo rápido para que ese levantamiento no se convirtiera en una guerra o baño de sangre, siendo ésta la manera en la que empezó a diseñarse la Revolución de los claveles.

Y así el 25 de abril de 1974 a las 00:25 horas se comenzó con la revolución; la clave era la puesta en la emisora de radio “Renascença” de la preciosa  melodía de José Alfonso “Grandola, Vila Morena”; una canción revolucionaria prohibida por el régimen.

 

En ese momento los integrantes del Movimiento de las Fuerzas Armadas, salieron para ocupar todos los puntos estratégicos del país; puertos, aeropuertos, centrales de energía, radios, televisiones, etc… informando raudo a la población de lo que estaba ocurriendo.
El centro de Lisboa estaba plagado de soldados con tanques y fusiles; una camarera Celeste Caeiro, regresaba hacia su casa cargada de flores que había retirado de los adornos de un banquete que se iba a celebrar y que por lo acontecimientos se había suspendido; cuando iba por plaza del “Rossio”, un soldado aterido de frío le pidió un cigarrillo, pero Celeste solamente llevaba claveles rojos,  por lo que le regaló uno; el solado lo tomó encantado y lo puso en la boca del cañón, al poco Celeste repartió todos los claveles y todos los soldados los pusieron en sus fusiles, a modo de símbolo de que no deseaban disparar sus armas, este gesto rápido se extendió por toda la ciudad, siendo el origen del nombre de la Revolución.


Por la tarde el gobierno dictatorial, viendo que el ejército estaba con los sublevados y que el pueblo había salido en masa a apoyar a estos soldados rebeldes entregó el poder al General Spinola, siendo sus primeras órdenes  la de liberar a los presos políticos, y la de entablar conversaciones con las colonias para finalizar la guerra.
El día 26 de abril los miembros del gobierno salacista partían exiliados camino de Brasil.
General Spinola
A los pocos días regresaron los portugueses exilados por razones ideológicas y al año se produjeron elecciones democráticas y constituyentes; consolidándose la democracia y las libertades públicas.

Lisboa
Sin lugar a dudas lo hecho por Portugal aquel 25 de abril de 1974, es un ejemplo de sentido común y de raciocinio que debe ser recordado y estudiado como ejemplo de saber hacer. FINEM.


domingo, 19 de abril de 2015

ENTRE CASTILLOS MORISCOS A ORILLAS DEL RÍO JÚCAR POR TIERRAS VALENCIANAS



El Castillet de Millares

 Dicen que es muy importante conocer nuestra historia para comprender el presente, de ahí que cuando me encuentro con vestigios de tiempos pasados, siempre tal vez de una manera un tanto idealizada, con la imaginación viaje a tiempos pretéritos, donde personas de la misma tierra, peleaban hasta la extenuación por la religión que consideraban la verdadera; también es cierto que en ocasiones se convivía a la perfección con personas de distinto credo, pero por desgracia ésta no era la tónica general.
En otras cosas no, pero en este ese aspecto hay que reconocer que hemos evolucionado para mejor, y la libertad ideológica y de credo ya es un derecho fundamental, recogido en la carta de los Derechos Humanos de Naciones Unidas.
Cortes de Pallás

Una de estas tardes de primavera, hemos estado recorriendo ese gran macizo montañoso en la provincia de Valencia, denominado del Caroche (Caroig en valenciano); para en una de sus vertientes y asomado al gran abismo que suponen los cañones del río Júcar, encontrarnos con los restos de un castillo, de esos que dan semblanza y recuerdo a esos tiempos pretéritos de los que os hablaba al principio.

 
Se trata del denominado “Castillet” de Millares; el nombre de “castillet”, castillito en castellano, tiene más de acepción cariñosa que de valor descriptivo, y es que el mismo yergue altivo y omnipresente sobre las huertas del pueblo de Millares, y así mismo  es un mudo vigilante del río Júcar.
 

Los expertos historiadores no se ponen de acuerdo con la datación en el origen del mismo; pero sus formas y materiales, no dejan lugar a duda de que estamos ante un castillo de origen musulmán, la argamasa de los tapiales,   los encofrados y las huellas de las paredes así lo confirman.

 
Millares

Parece ser que su función en un primer momento  fue la de una pequeña fortaleza que vigilase las riberas del río, los caminos circundantes, las zonas de huerta y la propia aljama de Millares; 

 
con el tiempo el “Castillet”, se convirtió en uno más de las numerosas construcciones de vigilancia y defensiva  que los sarracenos levantaron por la zona; esto fue así porque el río Júcar se convirtió en frontera natural entre reinos de Taifas, para luego serlo ya entrado el siglo XIII de culturas entre cristianos y musulmanes. 

 

El pueblo de Millares, donde se ubica este castillo, junto con otras dos fortalezas de menor tamaño, fue un importante pueblo en época árabe; conquistada por las tropas del Rey Jaime Primero en el año 1563; en un principio se permitió la vivencia de sus moradores con sus creencias y costumbres, siendo años después de su conquista cristiana, una villa netamente musulmana; este hecho provocó que el 22 de septiembre del año 1609; el Arzobispo Ribera decretara su expulsión; pero los millarenses sarracenos no estaban por la labor; así que junto a los pobladores de los pueblos vecinos se refugiaron en la denominada Muela de Cortes, una gran montaña situada en torno a los 900 msnm al norte del macizo del Caroig.


Así en dichas escarpadas montañas de prácticamente nulo acceso se asentaron los moriscos de los pueblos que conforman el valle de Ayora,  así como los de Bicorp, Cortes de Pallás, Dos Aguas, y el ya mencionado Millares.

 
 
 
Las tropas cristianas reaccionaron de inmediato; en un primer momento se intentó la negociación y la rendición pacífica; pero los moradores de estas tierras, eran duros y agrestes como lo es el terreno, y no cejaban en su lucha.

 
Así pues las tropas cristianas, ante la desazón y peligro que suponía el adentrarse en los bosques de la muela de cortes, decidieron aislar a los indómitos árabes; rodeando las salidas posibles en dirección a Valencia o hacia Castilla; esta situación hizo cundir el desánimo en algunos de los sarracenos que empezaron a desertar de su empeño y entregarse al bando cristiano.

 

 

El día 20 de noviembre de ese 1609, las tropas cristianas, con Juan de Córdoba a la cabeza, comenzaron a avanzar hacia la muela, asaltando el castillo de Ruaya con cierta facilidad, momento éste en el que un nutrido grupo de moriscos ante el hecho imposible de su supervivencia, salió de los recovecos con dos palos conformando una cruz, anunciando así su rendición,  y la sumisión a la capitulaciones cristianas.

 
Unos días después, el 16 de diciembre de 1609, el cabecilla  de la rebelión de los moriscos, Vicente Turixi fue ajusticiado por la Santa Inquisición en plaza pública en la ciudad de Valencia.


Pese a ello cuentan los cronistas de la zona, que hasta bien entrado el año 1612 hubo moriscos y bandoleros sarracenos en todas estas montañas.
Posteriormente pese al afán de poblar con familias cristinas provenientes de Aragón, estas tierras permanecieron prácticamente deshabitadas, hasta que en torno al año 1917, los caminos  y senderos prácticamente intransitables, y solamente aptos para mula, comenzaron a convertirse en caminos y carreteritas, para facilitar el paso de obreros y máquinas a los cañones del río Júcar, para aprovechando la velocidad y puntual voracidad de sus aguas, producir electricidad, comenzando así una nueva etapa vital para estas tierras, con la construcción de varias centrales hidroeléctricas; siendo este ya otro tema, del que hablaremos algún día…

Cortes de Pallás
La tarde de primavera ha acabado como tal, con una estupenda tormenta. FINEM.




sábado, 11 de abril de 2015

La primera vez que ISABEL LA CATÓLICA VIO LA CIUDAD DE GRANADA.




La Ahambra de Granada
Desde que accediera al trono, un gélido domingo 13 de diciembre de 1474, en la castellana Segovia, una de las mayores obsesiones de Isabel de Trastámara (Isabel la Católica), era la de evangelizar y llevar el catolicismo a todos los rincones de la Península, ideas éstas que se acrecentaron con la ayuda de su confesor Fray Hernando de Talavera.

Isabel I de Castilla (la Católica)

Así y tras el matrimonio con Fernando de Aragón, Isabel convenció al aragonés de la importancia de retomar la guerra contra los árabes, y terminar lo que se había empezado ocho siglos antes en la asturiana Covadonga, en eso que los católicos denominaron la reconquista.

Monumento a Don Pelayo, batalla de Covadonga

El imperio turco estaba tomando tierras por los Balcanes en dirección al occidente europeo, la Corte consideró que resultaba muy peligroso la permanencia de musulmanes en tierras peninsulares, ya que éstos podían convertirse en aliados de los turcos, y con ello producirse una nueva invasión musulmana sobre España; de ahí la urgencia con terminar con el Reino musulmán de Granada; además el Rey Fernando pretendía conquistar terrenos para Aragón por tierras italianas, debiendo de  acabar una cosa para centrarse en la otra.


La cosa es que la guerra duró diez años, desde el 1 de marzo de 1482 cuando las tropas cristianas atacaron por sorpresa la ciudad de Alhama, hasta el 2 de enero de 1492, cuando el Emir de Granada Boabdil, firmó las capitulaciones acordadas y entrega las llaves de la ciudad a los Soberanos de Castilla y Aragón.

 
Y es que la empresa no fue fácil, además de la bravura y pericia de los árabes, todo el reino nazarí estaba salpicado de fortificaciones, castillos y atalayas, que aseguraban la defensa de las ciudades más importantes, y la práctica nula posibilidad de arribar hasta la ciudad de la Alhambra, de hecho pese a los intentos anteriores, todas estas defensas habían resultado inexpugnables para los cristianos.

 





Una cadena de más de cien castillos erguían por las cimas de las montañas fronterizas, y los pueblos y ciudades habían sido protegidos con grandes murallas defensivas.


El palacio de la Alhambra contaba con la protección de la Alcazaba, más la gran muralla que rodeaba a la ciudad de Granada, por no hablar de las decenas de atalayas a lo largo y ancho de la vega.

Alcazaba de la Alhambra

Pero la decisión estaba tomada y tras implicar incluso al vaticano pidiendo una bula de cruzada, la guerra de Granada, fue dando capítulos y capítulos, triunfos de unos y de otros, sangrías bestiales, intentos de asesinato a los Reyes, detención a Boabdil, traiciones y deslealtades entre los propios árabes y así un sinfín de cuestiones.

 
En este post, quería centrarme en el hecho de que la Reina Isabel, lejos aún de la caída de Granada,  confesó a Gonzalo de Córdoba, conocido como el Gran Capitán, que era su deseo incontrolable poder ver desde la lejanía el palacio rojo de la Alhambra y los tejados de Granada, ya que todo el mundo describía la ciudad, como un lugar de ensueño.
Gran Capitán
 El Gran Capitán trató de disuadir a la Reina en su deseo, pero la castellana era tenaz; por lo que Gonzalo de Córdoba se vio en la obligación de organizar la expedición; una tarea nada fácil pues tenía que ser sumamente secreta por el peligro que acarreaba, hasta el punto que ni el propio Fernando de Aragón, se enteró del asunto, hasta que ya había pasado, siendo éste uno de los hechos que le hicieron desconfiar y coger manía al Gran Capitán.

Fernando el Católico

Así pues se organizó la aventura; se pretendía un grupo no muy numeroso para no generar la alarma e inquietud en el enemigo; siendo cien los hombres que acompañaron a la Reina, ésta se había recogido el pelo, y ataviado como un soldado más, para evitar ser reconocida.

 
La aventura suponía entrar en territorio hostil en compañía de la Reina, lo que todavía lo hacía más peligroso, de ahí que el Gran Capitán, ordenara que los hombres, llevasen equipos ligeros para así facilitar la rapidez en caso de peligro, y las armas suficientes para luchar por su Reina.

 
 

Junto a la Reina Isabel, cabalgaba Juan Padilla, al que la Reina cariñosamente le denominaba “mi loco” por su temeridad y valentía; de hecho unas semanas antes, éste  había logrado entrar en la ciudad de Granada por la noche, gritando y anunciando a los moradores granadinos, cuál iba a ser el nombre de su futura soberana…
Juan de Padilla

Por fin y tras cabalgar varios kilómetros  entre encinas y quejigos llegaron a un alto, donde a lo lejos se vislumbraban las torres de la Alhambra…; la Reina Isabel bajó del caballo y según cuentan las crónicas, exhausta observaba sin cejar los palacios nazaríes. 

 
 
 
Gonzalo de Córdoba estaba muy intranquilo, pues en ese lugar estaban muy expuestos y corrían gran peligro, pidió en varias ocasiones a la Reina que retomaran el camino de vuelta al campamento, pero la Reina seguía como ausente maravillada ante los colores que la luz del sol de aquel atardecer, dibujaba sobre la ciudad de Granada.

 
Dicen que ante las peticiones del Gran Capitán a la Reina Isabel se le escuchó susurrar en voz bajita: “Allí descansaré eternamente. Esa ciudad será mi mausoleo”…

 
Al momento un grupo de bravos soldados árabes sorprendió a la comitiva; el Gran Capitán reaccionó rápidamente, despertando a la Reina de su extenuación, rodeando de inmediato  todo el escuadrón su cabalgadura, y huyendo rápidamente camino del campamento;  no era momento de alardes ni desafíos, sino que el objetivo era volver al campamento con la Reina sana y salva.

Los caballeros castellanos descendieron bruscamente por unas escarpadas montañas para huir de las huestes morunas, la Reina Isabel desde muy niña había cabalgado y era ducha en el manejo de las riendas.
Tras dejar atrás al retén árabe y cabalgando ya por sendas aparentemente más seguras, de nuevo fueron sorprendidos por vástagos sarracenos; mientras unos luchaban contra ellos, otros protegiendo a la reina, iniciaban de nuevo un veloz trote.


Por fin llegaron al campamento, y de nuevo cuentan las crónicas que la Reina Isabel mantenía un semblante sereno y tranquilo, mientras que el Gran Capitán llegó a espetar que “Prefiero acometer mil veces yo sólo contra Granada, que verme envuelto en otra de éstas…”
La Reina Isabel entró en su tienda por la parte de atrás, ataviada de soldado, para a los pocos instantes salir por la puerta principal de la tienda, vestida de Reina para recibir a sus aguerridos caballeros; de igual manera se dice que el Rey Fernando que nada sabía de lo acaecido aquella tarde le dijo: “que hermosa estáis esta noche, se diría que habéis pasado la tarde entre montañas…”
 

Y así fue como la Reina Isabel de Castilla vio por primera vez la ciudad de Granada, enamorándose para siempre de aquella vega, de aquellas montañas, y de las paredes rojizas de la Alhambra. FINEM




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