Se pueden
contar por decenas las leyendas y pequeñas intrahistorias que a lo largo de los
siglos se han producido en las plazas y callejuelas de la mágica ciudad de
Cuenca.
Entre dos
hoces la ciudad antigua de Cuenca simula un buque rompehielos que proveniente
de la Serranía, "navega" orientada en dirección a la alcarria
conquense, y hacia las grandes llanuras manchegas, tal vez para encontrase con
don Quijote…
Fuera como
fuese la antigüedad de esta bella ciudad castellana ha dado para muchos acontecimientos
siendo uno de los más sonados el que a continuación os relato, donde el amor,
el desamor y el infortunio van cogidos de la mano.
En una de
las callejas que baja desde la zona del castillo hacia la catedral, justo
asomada a la hoz del río Huécar, se suceden los recovecos y pasadizos donde las
viejas casonas se apelotonan y adaptan unas con otras…; en uno de estos
pasadizos se colocó la talla de un Cristo crucificado al que la ciudadanía
denominó el Cristo del Pasadizo; y al que la población bien por la ubicación, o
por lo enigmático de lugar fue cogiendo gran apego y fe, siendo habitual ver
personas orando bajo la talla.
En ese mismo
pasadizo, vivía una bellísima chica, de nombre Angustias, desde la ventana de
su alcoba se asomaba para contemplar el pasaje y a las personas que se
acercaban hasta el Cristo.
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Todas las
noches Julián, un joven apuesto se acercaba dando un paseo hasta la talla del Cristo para pedir por su
familia, pues los problemas económicos acuciaban en su hogar…; Angustias
disimuladamente lo observaba, y así mismo Julián la miraba a ella de reojo,
todo ello sin decirse nada. Y así una noche tras otra.
Llegó un
momento que Julián ya no iba hasta el pasadizo para rezar a su Cristo, sino que
lo hacía con la ilusión y el corazón encendido de poder ver a la bella Angustias.
Finalmente
un día se atrevió a hablarle, y así comenzaron a conocerse, horas y horas de
conversación a través de la ventana y con una reja de por medio, que abonaba un
amor que incipiente pronto desbordó en pura pasión y enamoramiento.
Los dos
enamorados y tras la visita de todos los días, ya comenzaban a realizar planes
de boda y de futuro en común.
Pero había
un problema con el que no habían contado, el padre de Angustias que ya los
había sorprendido varias veces, pensaba que la familia de Julián era demasiado
humilde, y que por tanto el joven conquense no podría garantizar un buen futuro
para su hija Angustias. Aunque pese a ello, le permitía que todas las noches
conversase con Julián a través de la reja.
A ambos les
preocupaba esta situación, por lo que la arribada a Cuenca de un emisario de la
corona, reclutando soldados para guerrear por tierras italianas, les hizo
pensar que si Julián se alistaba, podría suponer la vuelta a la ciudad del
Júcar, con riquezas obtenidas en las guerras… Así pues dicho y hecho Julián se
alistó al reclutamiento y se fue con el ejército camino de Italia.
Antes de
partir y con el corazón henchido de dolor los dos enamorados llevaron a cabo un
juramento, y era que ninguno tenía que enamorarse ni casarse mientras no se
supiera que el otro hubiera muerto.
Este
juramento lo hicieron bajo el Cristo del Pasadizo, sellándolo con un gran beso.
Los días
pasaban y a Angustias las semanas se le convertían en meses, aburrida y
desesperada, pedía ante el Cristo el pronto retorno de Julián a Cuenca, muy de
vez en cuando recibía cartas de éste contando todo lo que sucedía en tierras
italianas; pero los meses transcurrían y Angustias se aburría como una ostra
encerrada tras la reja.
Su belleza y
encanto tenían embelesados a todos los jóvenes conquenses, no siendo extraño
que fueran varios a cortejarla a su ventana del pasadizo; así pues Angustias
comenzó a interesarse por el más galán de todos, un tal Lesmes, que poco a poco
fue ganándose la confianza primero, y el corazón después de la bella Angustias.
Y así día
tras día, los cortejos del joven Lesmes fueron recreando aquellos que anteriormente
había llevado a cabo con Julián.
La madre de Angustias
se dio cuenta de todo ello, y conocedora de la promesa hecha ante el Cristo, le
reprendió la conducta…; pero Angustias joven y con ganas de vivir, no pensó que
aquello fuese a tener consecuencia alguna; de hecho los sonetos que Lesmes le
recitaba al oído desde el otro lado de la reja, ya le estaban haciendo olvidar
a Julián.
Mientras
tanto Julián por tierras italianas, y con el único objetivo de pasar el resto
de su vida junto a Angustias, se esforzaba por conseguir éxitos en las
batallas; su inteligencia, valentía y pericia pronto le dieron fama y prestigio,
e incluso importantes ascensos y prebendas que Julián no había desvelado a
Angustias en sus múltiples cartas, para así sorprenderla a la vuelta con las
buenas nuevas.
Acabó la
guerra, y los soldados fueron regresando a sus lugares de origen, y también
Julián lo hizo, tomando los caminos y veredas más cortos, para llegar lo antes
posible al pasadizo donde se encontraban su Cristo y su amada Angustias.
El sol ya se ocultaba por el poniente cuando
Julián cruzaba el río Júcar por el puente de San Antón, ya estaba en su Cuenca,
y como hacía todos los atardeceres dos años antes, emprendió raudo el paso,
para ascender por las cuestas de la vieja Cuenca, camino del pasadizo para
cortejar a su amada Angustias.
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Cuando giró
el último recoveco, quedó un poco desconcertado, alguien estaba apostado en la
reja de Angustias, pronto observó que era un joven galán que como él había
hecho, estaba cantando galanterías a Angustias.
Desbordado por
los celos y lleno de ira, desenvainó su espada y se dirigió hacia el joven
Lesmes; éste instruido en el arte de la espada, y ante el silbido originado por
la velocidad de la espada de Julián, también desenvainó la suya, para
defenderse…; al momento el pasadizo se convirtió en un campo de batalla donde
los dos hombres enamorados se enfrentaban a muerte por el amor de Angustias,
que aterrada estaba contemplando todo al otro lado de la reja.
El silencio
enigmático de la noche conquense se rompió con el chocar de las afiladas
espadas, y los improperios que de sus bocas surgían, hasta que Julián tropezara
en uno de los escalones del callejón y cayera al suelo, momento que Lesmes
aprovechó para atravesar con su espada el que ya era un corazón roto…; al
instante Julián expiró con la mirada fija en Angustias.
Al momento
el silencio retornó al callejón, pero pronto fue roto por la guardia que
avisada por los vecinos acudían al callejón a ver que era toda aquella algarabía,
Lesmes consciente de lo que había ocurrido emprendió su huida camino del barrio
alto de Cuenca, para desde allí a través de un sendero esconderse en los
frondosos bosques que rodean la ciudad…; pero el destino quiso que al saltar un
murete a las afueras de Cuenca, cayese de mala postura desnucándose con una piedra…
Angustias quedó
sumida para toda la vida en una gran tristeza, y recluida en el Convento de las
Petras, donde dicen que su espíritu sigue vagando triste y abatido por el
trágico suceso.
Y allí en el
pasadizo quedó la talla del Cristo, que mudo fue testigo de la tragedia allí
ocurrida, contando sin hablar la importancia de los conceptos lealtad y compromiso.