Prados Redondos |
Cuando tengo
que describir la variedad cromática y paisajística de la comarca que conforma
lo que en tiempos del medievo comprendía el Señorío de Molina, me gusta
utilizar la expresión, de que toda ella es una mosaico picassiano, donde se
comprenden los espesos bosques de coníferas, las frondosas riberas, los grandes
barrancos, inexpugnables cimas o las inmensas parameras dedicadas al barbecho y
la labor…
En este caso
nos vamos a dar un paseo por medio de un “mar” de mies para acercarnos hasta el
pueblo de Prados Redondos.
Para llegar
a Prados Redondos hay que coger la pequeña carretera, que surge desde la
Nacional 211, esa que une Alcolea del Pinar con Tarragona, vía Molina de Aragón
– Calamocha.
Por mitad de
los inmensos campos de cereal, la carretera toma grandes rectas para sólo hacer
algún quiebro en las inmediaciones del viejo puente pétreo que cruza sobre el
jovenzuelo todavía río Gallo, ese que poco después tendrá el honor de cruzar
bajo el puente románico en la capital del Señorío.
A lo largo
de este pequeño recorrido Prados se atisba en lo alto de un otero, observándose
un apelotonado casco urbano en torno a una esbelta y majestuosa torre.
Otro hora
esta misma perspectiva permitía la visión en mitad del municipio de una gallarda
atalaya, que fue derruida a finales del siglo XVI.
Parece ser
que la misión de aquel castillete además de defensiva y comunicativa entre los
castillos de Zafra y de la propia Molina, servía como lugar de vigilancia de un
buen tramo del Camino Real, que pasaba por mitad de Prados proveniente de
Molina en dirección a Valencia vía Albarracín.
Castillo de Molina de Aragón desde Prados Redondos |
Así pues
como os iba diciendo, el camino de arribada a Prados Redondos, nos indica que
este pueblo es de campo, de mucho campo. A lo largo de generaciones las gentes
de Prados han sabido acariciar su tierra, siendo una de las zonas de la comarca
donde más toneladas de cereal y pipas de girasol se obtienen todos los años.
Cuenta la
historia que Doña Blanca de Molina, la última soberana del Señorío, antes de
que el mismo pasase a manos de la Corona de Castilla, por la sucesión de ésta,
en su hermana, la Reina de Castilla Doña María de Molina, cedió el mayorazgo de
Prados, a un noble de la época (últimas décadas del siglo XIII) a Don Alfonso
Martínez.
Doña Blanca de Molina |
Pasear por
las calles de Prados es hacerlo por un pueblo que como todos de la zona nos
hablan de despoblación, y de pasados esplendorosos; dice el censo municipal que
Prados Redondos cuenta en su padrón con 80 personas, mientras que su iglesia
originaria del siglo XVI, aunque con una gran remodelación en el siglo XVII;
así lo atestigua en su portada, nos habla sin decir nada, por sus dimensiones y
detalles, que nos encontramos ante un
pueblo que tuvo mucha importancia y con ello población.
Dentro de la
Iglesia dedicada a la Asunción de la Virgen, hay una reliquia que despierta
gran fervor por estas tierras, y que según las crónicas se trata de una espina,
de la corona de espina que lo judíos colocaron sobre las sienes de Jesucristo,
en los días de su Pasión.
http://www.pueblos-espana.org |
La Santa Espina
que es como se le llama, llegó a la villa de Prados allá por el año 1383; de la
mano de Don Diego López de Cortés, Caballero Principal de Molina, y fue con
motivo de regalo de boda, hacia la que sería su esposa Doña Leonor Vázquez
Barrientos; muchas y variadas son las historias acerca de cómo llegó a las
manos de López Cortés, aunque todas pasan por negocios en Francia con el Conde
de Fox.
Fuera como
fuese, es que la celebración de la fiesta de la Santa Espina, congregaba tanta
gente proveniente de todos los pueblos cercanos, que la inmensa iglesia de Prados
se quedaba pequeña, por lo que la villa, se vio obligada a construir una construcción
singular, que en Prados todo el mundo conoce como la Torreta; sita en la plaza
delante de la iglesia.
La Torreta
se utilizaba para que los sacerdotes pudiesen predicar el evangelio y mostrar
al gentío que se acercaba hasta Prados cada cuatro de mayo, la reliquia de la Santa Espina; desde hace
unos años, esta fiesta se ha pasado al catorce de agosto.
A lo largo y ancho del pueblo es fácil dejar volar
la imaginación y pensar en épocas pretéritas; épocas en las que había señores y
siervos, y fiestas palaciegas…; y digo esto porque varias son las grandes
casonas que salen al encuentro del visitante, destacando las de los Garcés o Garceses, los Cortés etc…
Prados Redondos,
como todos los pueblos de la comarca, cuenta con su frontón, que además de
pista de juego, hace las funciones de plaza, y punto de reunión para fiestas, y
encuentros.
El día que
visito Prados, 25 de diciembre, aún quedan restos de la gran fogata que hizo de
necesario acompañante, en la gélida Nochebuena para los vecinos que acompañados
de panderetas, zambombas y sidra salieron al encuentro de los amigos y familia.
Antes de
abandonar Prados, me acerqué a beber agua a su fuente de estilo neoclásico y
que data del año 1893; y que según me contaba un vecino nunca se había secado.
Finalmente
subí al otero que hay tras la iglesia para cerciorarme que el mundo seguía en
su sitio; y desde allí observar la paz que conlleva la vega del río Gallo,
escuchar el tímido tintineo de las campanas de la vecina aldea de Chera, o
comprobar que Zafra, la Sierra de Caldereros y su pico Lituero siguen parando como pueden los
fríos vientos del norte, que por estas tierras llamamos Cierzo.
Chera |
Si vais por
Prados Redondos ya me contaréis. FINEM