Atardece en la Alhambra |
Corría el mes de noviembre de 1504, cuando la Reina castellana
Isabel de Trastámara, enferma y en el lecho, dejaba escrito en testamento ante
Gaspar de Grizio (Secretario Personal de la Reina), que quería ser enterrada en
la bella Granada; “quiero e mando que mi
cuerpo sea sepultado en el Monasterio de San Francisco, que es en la Alhambra
de la Cibdad de Granada, siendo Religiosos o Religiosas de la dicha Orden,
vestida en el hábito Pobre de San Francisco, en una sepultura baxa que no tenga
bulto aguno, salvo una losa baxa en el suelo, llana, con sus letras esculpidas
en ella”.
Esto se escribía el 12 de octubre y el 23 de noviembre dictaba
sus últimas voluntades; sólo tres días después, el sábado 26 de noviembre de 1504, a eso de
las 12 horas del mediodía expiraba la Reina castellana.
Así pues tal y como había dispuesto la Reina, se puso en
marcha un cortejo fúnebre que trasladó los restos de la Monarca desde la sobria
Medina del Campo, hasta la capital del último bastión nazarí.
Medina del Campo http://www.revistaiberica.com |
Palacio de la Alhambra |
El viaje se prometía largo, pues había que ir por caminos
carreteros, ya que se trasportaba el ataúd sobre dos ejes con ruedas; de hecho
se había encargado al carpintero de Palacio, la elaboración de este artilugio;
fabricándose una especie de camastro donde asentar el ataúd, y que además fuese
compatible para la instalación de andas. Por este artilugio se pagaron
novecientos setenta maravedíes.
Pintura de Francisco Pradilla. "Descanso del Cortejo" |
El inicio de la partida del cortejo desde Medina del Campo,
fue de gran impresión, toda la ciudad acudió a despedir a su reina, en un día
donde el cielo arreciaba con una intensa lluvia que pronto se tornó en
aguacero, era un domingo 27 de noviembre.
El cuerpo de Isabel había sido ataviado con un austero hábito
franciscano como ella había dispuesto en testamento, y su robusto ataúd era trasladado en andas por su
séquito más fiel, Consejo Real y criados; el tañer de las campas de Medina del
Campo despedía al lúgubre y numeroso cortejo que acompañaría a la Soberana
hasta la Alhambra.
El temporal de viento, lluvia e incluso nieve en las zonas
altas de la estepa castellana, conllevaron a que el ataúd tuviese que ser
protegido de los elementos; envolviéndolo en cueros de becerro encerados.
Esto contaba Pedro
Mártir de Anglería Cronista Oficial y acompañante
en el cortejo en relación a la meteorología: “ni el sol ni la luna fueron vistos en todo este tormentoso y póstumo
entierro… y sin embargo ninguno quiso abandonar”.
De esta forma, con los
ríos desbordados, y los puentes de los caminos destrozados, lentamente el
cortejo fúnebre fue atravesando las anchas castillas, pasando por las ciudades
de Arévalo, Carceñosa, Ávila, Cebreros, Toledo, Orgaz, Los Yébenes, Manzanares,
Viso del Marqués, Linares, Espeluy, Mengíbar, Jaén, Torredelcampo, Alcalá la Real y
Pinos Puente entre otras, hasta arribar a Granada.
El paso del río Alberche en la localidad de Cebreros (Ávila),
ya fue toda una odisea, haciendo temer a los organizadores del viaje, como
estaría el gran Guadalquivir.
En Toledo sus ciudadanos pidieron que se detuviera el cortejo
varios días para poder velar y rendir homenaje a su Reina, pero la intensidad
del temporal y el miedo al estado de los caminos desestimó esta idea, parando solamente por la
noche para descansar de la jornada, hasta el día siguiente; tal y como se hacía
en todos los pueblos y villas por los que pasaba el cortejo.
Catedral de Toledo |
Si tortuoso y complicado fue todo el viaje, la cosa tornó en
aventura peligrosa, cuando en Mengíbar (Jaén), el cortejo tuvo que cruzar un río Guadalquivir crecido como pocas veces se
había visto; y según cuentas las crónicas, aunque no hubo que lamentar pérdidas
humanas, varios caballos, mulos y carretas fueron arrastradas por las
embravecidas aguas del noble río andaluz.
Los carros y enseres debían ser reparados sobre la marcha, y
no fueron pocas las mulas que se despeñaron por los complicados pasos de la
ruta y lo accidentado del camino en mitad de una gran y duradero temporal.
Por fin el 17 de diciembre y tras veintiún días de marcha, el
Real cortejo alcanzó la fértil vega de Granada, y a lo lejos las Torres
Bermejas, la Alcazaba sobre el fondo de Sierra Nevada, anunciaban que habían llegado a su
destino.
El Concejo de Granada ya lo había preparado todo, y la ciudad
recibía los restos de Isabel engalanada con trazos de luto, velas y tañer de
campanas.
Desde la Puerta de Elvira, lugar cercano a la famosa escena
en la que Boabdil entregó las llaves de Granada a los Reyes Católicos en 1492,
hasta el Palacio de la Alhambra, el cortejo fúnebre fue transcurriendo en
silencio por las calles de la “reconquistada” Granada, con un desfile
interminable de caballeros y cortesanos, velas y tambores, precedidos todos
ellos de un enorme pendón de Castilla engalanado para la ocasión.
Puerta de Elvira |
Entrega de Granada. Serie Isabel de TVE |
Finalmente el domingo 18 de diciembre de 1504, los restos de la Soberana de Castilla fueron
depositados en la oquedad que los Franciscanos de la Alhambra habían preparado
frente al altar, en la antigua Capilla Real Mora de la Alhambra.
Convento San Francisco de la Alhambra |
Sobre la tumba de Isabel, sólo una sencilla lápida de mármol
blanco indicaba que allí se encontraban sus restos.
Capilla donde se enterró a Isabel y a Fernando |
Años después en 1516, pese a que por cuestiones de Estado había contraído nuevas nupcias con Germana de Foix, el Rey Fernando de Aragón, también fue inhumado en el mismo lugar junto a su esposa; tal y como ambos habían determinado en sus respectivos testamentos.
El 10 de noviembre de 1521, y tras haberse concluido la
Capilla Real junto a la Catedral de Granada; por orden del nieto de los Reyes
Católicos, el Emperador Carlos I de España y V de Alemania, se trasladan los
restos de Fernando e Isabel donde yacen juntos hasta hoy. FINEM
Capilla Real Catedral de Granada |