Desde que accediera al trono, un gélido domingo 13 de
diciembre de 1474, en la castellana Segovia, una de las mayores obsesiones de
Isabel de Trastámara (Isabel la Católica), era la de evangelizar y llevar el
catolicismo a todos los rincones de la Península, ideas éstas que se
acrecentaron con la ayuda de su confesor Fray Hernando de Talavera.
Isabel I de Castilla (la Católica) |
Así y tras el matrimonio con Fernando de Aragón, Isabel
convenció al aragonés de la importancia de retomar la guerra contra los árabes,
y terminar lo que se había empezado ocho siglos antes en la asturiana
Covadonga, en eso que los católicos denominaron la reconquista.
Monumento a Don Pelayo, batalla de Covadonga |
El imperio turco estaba tomando tierras por los Balcanes en
dirección al occidente europeo, la Corte consideró que resultaba muy peligroso
la permanencia de musulmanes en tierras peninsulares, ya que éstos podían
convertirse en aliados de los turcos, y con ello producirse una nueva invasión
musulmana sobre España; de ahí la urgencia con terminar con el Reino musulmán
de Granada; además el Rey Fernando pretendía conquistar terrenos para Aragón
por tierras italianas, debiendo de acabar una cosa para centrarse en la otra.
La cosa es que la guerra duró diez años, desde el 1 de marzo
de 1482 cuando las tropas cristianas atacaron por sorpresa la ciudad de Alhama,
hasta el 2 de enero de 1492, cuando el Emir de Granada Boabdil, firmó las
capitulaciones acordadas y entrega las llaves de la ciudad a los Soberanos de
Castilla y Aragón.
Y es que la empresa no fue fácil, además de la bravura y
pericia de los árabes, todo el reino nazarí estaba salpicado de fortificaciones,
castillos y atalayas, que aseguraban la defensa de las ciudades más importantes,
y la práctica nula posibilidad de arribar hasta la ciudad de la Alhambra, de
hecho pese a los intentos anteriores, todas estas defensas habían resultado
inexpugnables para los cristianos.
Una cadena de más de cien castillos erguían por las cimas de
las montañas fronterizas, y los pueblos y ciudades habían sido protegidos con
grandes murallas defensivas.
El palacio de la Alhambra contaba con la protección de la
Alcazaba, más la gran muralla que rodeaba a la ciudad de Granada, por no hablar
de las decenas de atalayas a lo largo y ancho de la vega.
Alcazaba de la Alhambra |
En este post, quería centrarme en el hecho de que la Reina
Isabel, lejos aún de la caída de Granada, confesó a Gonzalo de Córdoba,
conocido como el Gran Capitán, que era su deseo incontrolable poder ver desde
la lejanía el palacio rojo de la Alhambra y los tejados de Granada, ya que todo
el mundo describía la ciudad, como un lugar de ensueño.
Gran Capitán |
El Gran Capitán trató de disuadir a la Reina en su deseo,
pero la castellana era tenaz; por lo que Gonzalo de Córdoba se vio en la
obligación de organizar la expedición; una tarea nada fácil pues tenía que ser
sumamente secreta por el peligro que acarreaba, hasta el punto que ni el propio
Fernando de Aragón, se enteró del asunto, hasta que ya había pasado, siendo
éste uno de los hechos que le hicieron desconfiar y coger manía al Gran Capitán.
Fernando el Católico |
Así pues se organizó la aventura; se pretendía un grupo no
muy numeroso para no generar la alarma e inquietud en el enemigo; siendo cien
los hombres que acompañaron a la Reina, ésta se había recogido el pelo, y
ataviado como un soldado más, para evitar ser reconocida.
La aventura suponía entrar en territorio hostil en compañía
de la Reina, lo que todavía lo hacía más peligroso, de ahí que el Gran Capitán,
ordenara que los hombres, llevasen equipos ligeros para así facilitar la
rapidez en caso de peligro, y las armas suficientes para luchar por su Reina.
Junto a la Reina Isabel, cabalgaba Juan Padilla, al que la
Reina cariñosamente le denominaba “mi loco” por su temeridad y valentía; de
hecho unas semanas antes, éste había
logrado entrar en la ciudad de Granada por la noche, gritando y anunciando a
los moradores granadinos, cuál iba a ser el nombre de su futura soberana…
Juan de Padilla |
Por fin y tras cabalgar varios kilómetros entre encinas y quejigos llegaron a un alto,
donde a lo lejos se vislumbraban las torres de la Alhambra…; la Reina Isabel
bajó del caballo y según cuentan las crónicas, exhausta observaba sin cejar los
palacios nazaríes.
Gonzalo de Córdoba estaba muy intranquilo, pues en ese lugar
estaban muy expuestos y corrían gran peligro, pidió en varias ocasiones a la
Reina que retomaran el camino de vuelta al campamento, pero la Reina seguía
como ausente maravillada ante los colores que la luz del sol de aquel
atardecer, dibujaba sobre la ciudad de Granada.
Dicen que ante las peticiones del Gran Capitán a la Reina Isabel
se le escuchó susurrar en voz bajita: “Allí descansaré eternamente. Esa ciudad
será mi mausoleo”…
Al momento un grupo de bravos soldados árabes sorprendió a la
comitiva; el Gran Capitán reaccionó rápidamente, despertando a la Reina de su
extenuación, rodeando de inmediato todo
el escuadrón su cabalgadura, y huyendo rápidamente camino del campamento; no era momento de alardes ni desafíos, sino que el objetivo era volver al
campamento con la Reina sana y salva.
Los caballeros castellanos descendieron bruscamente por unas
escarpadas montañas para huir de las huestes morunas, la Reina Isabel desde muy
niña había cabalgado y era ducha en el manejo de las riendas.
Tras dejar atrás al retén árabe y cabalgando ya por sendas
aparentemente más seguras, de nuevo fueron sorprendidos por vástagos sarracenos;
mientras unos luchaban contra ellos, otros protegiendo a la reina, iniciaban de
nuevo un veloz trote.
Por fin llegaron al campamento, y de nuevo cuentan las
crónicas que la Reina Isabel mantenía un semblante sereno y tranquilo, mientras
que el Gran Capitán llegó a espetar que “Prefiero acometer mil veces yo sólo
contra Granada, que verme envuelto en otra de éstas…”
La Reina Isabel entró en su tienda por la parte de atrás, ataviada
de soldado, para a los pocos instantes salir por la puerta principal de la
tienda, vestida de Reina para recibir a sus aguerridos caballeros; de igual
manera se dice que el Rey Fernando que nada sabía de lo acaecido aquella tarde
le dijo: “que hermosa estáis esta noche, se diría que habéis pasado la tarde
entre montañas…”
Y así fue como la Reina Isabel de Castilla vio por primera
vez la ciudad de Granada, enamorándose para siempre de aquella vega, de
aquellas montañas, y de las paredes rojizas de la Alhambra. FINEM