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domingo, 21 de febrero de 2016

Hablando de "El Torico". El símbolo de Teruel.




Dice la Real Academia de la Lengua, que el sufijo ico, viene a aportarle a las palabras un valor diminutivo y / o afectivo; y eso es sin lugar a dudas lo que ocurre en la ciudad de Teruel, cuando al nominal toro, le añaden el ico, que nos da el resultado de TORICO, un pequeño toro, sobre el que recae un cariño y admiración de los turolenses de tal calibre, que compite de tú a tú, con el mudéjar, los amantes o el jamón, en lo que a símbolo de Teruel se refiere.
 
Y es que la principal plaza de la capital turolense la de Carlos Castel, tiene situada en el centro de la misma una afanosa columna de piedra labrada, la cual a su vez está en el centro de una gran pileta, que recoge las aguas de cuatro caños, que no son otra cosa sino cabezas de toros, y arriba del todo como testigo mudo de todo lo que acontece en la villa de Teruel, desde aquel 1858 en que se colocó, el Torico.

 
 
En un principio la fuente estaba situada en el otro extremo de la plaza, junto a la denominada vía del Tozal, para distribuir la abundante agua, que proveniente de la Peña “el Macho” arribaba hasta el centro de Teruel, a través del acueducto del ingeniero Quinto Pierres Vedel.

 

Pero la ubicación de la fuente suponía un obstáculo para el paso de carruajes, por lo que se trasladó al punto donde hoy se encuentra.
El Torico está elaborado en bronce macizo fundido, y pesa en torno a unos 54,5 kilos.
 
Durante la guerra civil española 1936-1939 del pasado siglo XX, y ante los terribles episodios que vivió la capital turolense durante el período bélico, varios vecinos decidieron alzarse a la columna y desmontar el Torico, para protegerlo sobre todo de los bombardeos.

 
Y tras la contienda, el Torico fue repuesto a su lugar, orientando su mirada hacia la calle Nueva; fue en la década de los años 60 del siglo XX, cuando se cambió la orientación del Torico, en dirección a la calle del Tozal, y por tanto a la generalidad de la plaza.

 
La alegoría al toro, que se percibe en todo el monumento, tanto en los caños de la fuente, como en el propio Torico, alude a la leyenda relativa a la fundación de la propia ciudad de Teruel.

 
La realidad es que allá por el año 1171 las tropas cristinas de Alfonso II de Aragón, en aquellos tiempos de reconquista y guerras de religión, arrebató a lo árabes la población fortificada de Tirwal; y en breve le concedió un fuero para su desarrollo y abundamiento en la población y en la actividad económica. 


Pero con el tiempo a aquellos acontecimientos bélicosos se les otorgó una pátina de leyenda, para transformarse en el siguiente relato:
Estaban acampadas las huestes del Rey Alfonso II de Aragón, junto a las vegas de los ríos Guadalaviar y Alfambra, pensando como reforzar las fronteras con las tierras de Valencia, en manos árabes todavía; cuando un emisario traía noticias, que obligaban al monarca a abandonar el campamento, y salir en dirección a Zaragoza.

 
Antes de abandonar el campamento; los consejeros más fieles le indicaron la necesidad de fundar una ciudad por aquellos lares, para así reforzar la frontera con el enemigo almohade, y así también garantizar la no incursión de éstos a tierras aragonesas; el Rey conforme con aquella propuesta les dejó el encargo de la fundación de esta nueva ciudad.

 

Pero el problema vino cuando los consejeros no se ponían de acuerdo con la ubicación exacta de la misma…; por lo que decidieron que escogerían aquel que la providencia es decir Dios, les marcara con alguna señal…
La señal no tardó en aparecer; los sarracenos prepararon un ataque a los cristianos, el cual consistía en un ataque con toros bravos, a los cuales se les había colocado material incandescente en las cornamentas, para que además de atacar incendiasen todo por donde pasaran.

 
Los cristianos al principio desorientados, en seguida tomaron medidas, y redujeron aquel ejército inmundo de toros embravecidos…; cuando la calma volvió al campamento observaron en lo alto del cerro, en la margen izquierda del río Guadalaviar, a uno de estos toros bravos, siguiendo lo que parecía ser una estrella; tal vez eran restos incandescentes del material incendiario puesto en el asta.

 
Fuera como fuese, es que los caballeros cristianos interpretaron esta cuestión como una señal de Dios, indicando el lugar donde debían de fundar esta nueva ciudad, a la que denominaron Teruel; mezclando las palabras toro, con el nombre que le concedieron a aquella estrella “actuel”.

 
Y de ahí que el toro y por ende el Torico sean el emblema de Teruel por antonomasia.
 
El Torico es el centro del objetivo de todas las cámaras fotográficas de propios y extraños a lo largo de todo el año, pero sin lugar a dudas toma un papel de protagonista excepcional, con motivo del inicio de las fiestas de la vaquilla, allá por comienzos del mes de julio.

 
Y es así como año tras año, el Torico desde el alto de su columna, a modo de oteador privilegiado, observa el derivar de los tiempos y el día a día de los turolenses, que siempre que pasan por la plaza alzan su cabeza, para de forma cariñosa dirigirle un guiño, o un buenos días, pues es sin lugar a dudas el Toro más famoso; haciendo competencia aquel toro enamorado de la luna…
 
Si pasáis por Teruel, no dejéis de visitarle, y de paso le dais recuerdos de mi parte. FINEM




domingo, 15 de noviembre de 2015

Un paseo por PRADOS REDONDOS, el pueblo de la Santa Espina.



Prados Redondos
Cuando tengo que describir la variedad cromática y paisajística de la comarca que conforma lo que en tiempos del medievo comprendía el Señorío de Molina, me gusta utilizar la expresión, de que toda ella es una mosaico picassiano, donde se comprenden los espesos bosques de coníferas, las frondosas riberas, los grandes barrancos, inexpugnables cimas o las inmensas parameras dedicadas al barbecho y la labor…
En este caso nos vamos a dar un paseo por medio de un “mar” de mies para acercarnos hasta el pueblo de Prados Redondos.

 

Para llegar a Prados Redondos hay que coger la pequeña carretera, que surge desde la Nacional 211, esa que une Alcolea del Pinar con Tarragona, vía Molina de Aragón – Calamocha.
 
Por mitad de los inmensos campos de cereal, la carretera toma grandes rectas para sólo hacer algún quiebro en las inmediaciones del viejo puente pétreo que cruza sobre el jovenzuelo todavía río Gallo, ese que poco después tendrá el honor de cruzar bajo el puente románico en la capital del Señorío.
 
 

A lo largo de este pequeño recorrido Prados se atisba en lo alto de un otero, observándose un apelotonado casco urbano en torno a una esbelta y majestuosa torre.
Otro hora esta misma perspectiva permitía la visión en mitad del municipio de una gallarda atalaya, que fue derruida a finales del siglo XVI.
 

Parece ser que la misión de aquel castillete además de defensiva y comunicativa entre los castillos de Zafra y de la propia Molina, servía como lugar de vigilancia de un buen tramo del Camino Real, que pasaba por mitad de Prados proveniente de Molina en dirección a Valencia vía Albarracín.

Castillo de Molina de Aragón desde Prados Redondos

Así pues como os iba diciendo, el camino de arribada a Prados Redondos, nos indica que este pueblo es de campo, de mucho campo. A lo largo de generaciones las gentes de Prados han sabido acariciar su tierra, siendo una de las zonas de la comarca donde más toneladas de cereal y pipas de girasol se obtienen todos los años.


Cuenta la historia que Doña Blanca de Molina, la última soberana del Señorío, antes de que el mismo pasase a manos de la Corona de Castilla, por la sucesión de ésta, en su hermana, la Reina de Castilla Doña María de Molina, cedió el mayorazgo de Prados, a un noble de la época (últimas décadas del siglo XIII) a Don Alfonso Martínez.

Doña Blanca de Molina
Pasear por las calles de Prados es hacerlo por un pueblo que como todos de la zona nos hablan de despoblación, y de pasados esplendorosos; dice el censo municipal que Prados Redondos cuenta en su padrón con 80 personas, mientras que su iglesia originaria del siglo XVI, aunque con una gran remodelación en el siglo XVII; así lo atestigua en su portada, nos habla sin decir nada, por sus dimensiones y detalles,  que nos encontramos ante un pueblo que tuvo mucha importancia y con ello población.

 
 
 
 



Dentro de la Iglesia dedicada a la Asunción de la Virgen, hay una reliquia que despierta gran fervor por estas tierras, y que según las crónicas se trata de una espina, de la corona de espina que lo judíos colocaron sobre las sienes de Jesucristo, en los días de su Pasión. 

http://www.pueblos-espana.org

La Santa Espina que es como se le llama, llegó a la villa de Prados allá por el año 1383; de la mano de Don Diego López de Cortés, Caballero Principal de Molina, y fue con motivo de regalo de boda, hacia la que sería su esposa Doña Leonor Vázquez Barrientos; muchas y variadas son las historias acerca de cómo llegó a las manos de López Cortés, aunque todas pasan por negocios en Francia con el Conde de Fox.

 

  

 
 

Fuera como fuese, es que la celebración de la fiesta de la Santa Espina, congregaba tanta gente proveniente de todos los pueblos cercanos, que la inmensa iglesia de Prados se quedaba pequeña, por lo que la villa, se vio obligada a construir una construcción singular, que en Prados todo el mundo conoce como la Torreta; sita en la plaza delante de la iglesia.

 

La Torreta se utilizaba para que los sacerdotes pudiesen predicar el evangelio y mostrar al gentío que se acercaba hasta Prados cada cuatro de mayo,  la reliquia de la Santa Espina; desde hace unos años, esta fiesta se ha pasado al catorce de agosto.

 
 
A lo  largo y ancho del pueblo es fácil dejar volar la imaginación y pensar en épocas pretéritas; épocas en las que había señores y siervos, y fiestas palaciegas…; y digo esto porque varias son las grandes casonas que salen al encuentro del visitante, destacando las de los Garcés  o Garceses, los Cortés  etc…

 
 
 

 
 
Prados Redondos, como todos los pueblos de la comarca, cuenta con su frontón, que además de pista de juego, hace las funciones de plaza, y punto de reunión para fiestas, y encuentros. 
 
El día que visito Prados, 25 de diciembre, aún quedan restos de la gran fogata que hizo de necesario acompañante, en la gélida Nochebuena para los vecinos que acompañados de panderetas, zambombas y sidra salieron al encuentro de los amigos y familia.

 
Antes de abandonar Prados, me acerqué a beber agua a su fuente de estilo neoclásico y que data del año 1893; y que según me contaba un vecino nunca se había secado.


Finalmente subí al otero que hay tras la iglesia para cerciorarme que el mundo seguía en su sitio; y desde allí observar la paz que conlleva la vega del río Gallo, escuchar el tímido tintineo de las campanas de la vecina aldea de Chera, o comprobar que Zafra, la Sierra de Caldereros y su pico Lituero siguen parando como pueden los fríos vientos del norte, que por estas tierras llamamos Cierzo.

Chera
 

Si vais por Prados Redondos ya me contaréis. FINEM

 


LOS AMANTES DE TERUEL. Una bella y triste historia de amor.

     El genial cantautor Ismael Serrano, en su canción “tierna y dulce historia de amor”, afirma eso de que “como todas las histori...