jueves, 9 de julio de 2015

La "vaquilla" de Teruel comienza con la puesta de un pañuelico a su torico.







La mayoría de fiestas populares y patronales, comienzan con un chupinazo, con un pregón, un pasacalles, una traca, etc… pero en la ciudad de Teruel se hace de forma distinta, las fiestas en Teruel comienzan con un homenaje a su emblema más preciado, el torico.

 
Corrían los años 60 del pasado siglo XX, cuando a un grupo de amigos de Teruel, con ocasión de la celebración de las fiestas de la vaquilla del ángel se les ocurrió vestir al toro más famoso de la ciudad (el torico), y lo ataviaron con una pañuelo de color rojo, a semejanza del que llevan los y las peñistas a lo largo de  dichas  fiestas; a algunas personas aquello les pareció una gamberrada, incluso los más reaccionarios lo calificaron de ofensa; pero parece ser que al final aquello gustó; Esa primera puesta del pañuelo, se fue repitiendo año tras año, y con ello tomando más importancia y repercusión, hasta que en el año 1982, el Ayuntamiento metió tal acto, como uno de los más importantes y emotivos dentro del calendario festivo turolense, traduciéndose para los oriundos como un homenaje y tributo a su toro más famoso.

 



                                          


Desde entonces y cada año, es una de la peñas, de las que conforman el grupo de interpeñas de la ciudad,   la encargada de la colocación del pañuelico; a eso de las 16:30 en el balcón del Ayuntamiento, frente a Santa María de Mediavilla, la soberbia catedral mudéjar de Teruel, el Alcalde/sa de turno, entrega al representante de la peña, el pañuelico rojo que lucirá el torico durante todas las fiestas, a la vez que otro peñista tira de la cuerda, que hace sonar una pequeña campana (el campanico) situado sobre el tejado de la casa consistorial; y que sólo se le hace sonar en todo el año para esta efeméride.

 



Posteriormente la peña encargada de la puesta y colocación del pañuelico, se arremolina en torno a la fuente del torico, y el representante elegido por la peña, con la ayuda de los compañeros, y haciendo uso del pulso, la habilidad y la destreza, se encarama a la gran columna en la que descansa el torico, para posteriormente enrollar al cuello del torico, el pañuelico de color rojo; pañuelo que dona una empresa de ropas de la ciudad: “tejidos Ferrán”, y que cada año es distinto en el bordado, del cuál se encargan las monjas Carmelitas de Teruel.




 



En ese momento estalla la fiesta, y de forma parecida al chupinazo de Pamplona, el vino y la sangría comienzan a desparramarse por todos los lados, para raudo el impoluto color blanco del uniforme de vaquillero, tornarse en un morado intenso.
Las más antiguas referencias encontradas sobre la fiesta de la vaquilla son del año 1886, y desde 1940 tras la guerra civil, los actos vienen a ser más o menos los mismos, con la inclusión en 1986 como os he contado al principio de la puesta del pañuelico; hay un interesante libro que cuenta todas estas cuestiones, acompañado de decenas de ilustraciones, obra del turolense Francisco Gómez; siendo muy curiosa la anécdota que cuenta, con ocasión de la visita que hizo la Reina Isabel II a estas fiestas cuando todavía era Infanta.

http://www.terueltirwal.es/
El nombre de la Vaquilla del Ángel; se refiere a la misma fundación legendaria de la ciudad; cuenta la  historia que el Rey Alfonso II hacia el año 1171, conquistó la zona, expulsando a los árabes de la pequeña ciudad denominada Tirwal…; la leyenda ha añadido que sus tropas tras conquistar la pequeña población querían fundar una nueva ciudad; uno de ellos observó como un hermoso toro bebía  en las aguas del río Guadalaviar, y que entre las astas, se apreciaba una brillante estrella, que denominaron Actuel; consideraron que eso eran símbolos de buenos presagios y decidieron levantar en la ladera asomada al río, la actual ciudad de Teruel, utilizando para su nomenclatura los términos: toro y actuel, derivando en  Teruel.


De inmediato en los blasones y escudos de armas de la ciudad, añadieron el toro y la estrella, convirtiéndose éstos en símbolos perenes de la ciudad de los amantes; así transformando el toro por vaquilla y la estrella por un ángel custodio deriva el nombre de la fiesta, la vaquilla del Ángel.

Monumento a la Vaquilla del Ángel
Fuera como fuese es que el fin de semana más próximo a San Cristobal (10 de julio), o el segundo desde San Pedro (29 de junio), la ciudad de Teruel se transforma para acoger a miles de visitantes, y dar el pistoletazo de salida al nuevo verano.












Siempre es recomendable la visita a la ciudad de Teruel, y disfrutar de su monumentalidad, de su mudéjar, de su modernismo, de sus leyendas, de su gastronomía, de sus gentes, etc…; pero hacerlo en “vaquillas” nombre con el que se conoce popularmente a la fiesta, hará la visita inolvidable. FINEM.

viernes, 19 de junio de 2015

San Antonio de Padua, el milagro de los pajaritos y... Torrebaja.



Huerta de Torrebaja

Estos días en muchos pueblos y ciudades se celebran las fiestas en torno a San Antonio de Padua, la festividad en concreto es el día  13 de junio; la Iglesia suele nombrar las festividades, en el día que consideran que el Santo en cuestión “nace” en la santidad, es decir el día que muere físicamente, y Antonio lo hizo el 13 de junio de 1231 en Arcella, una barriada perteneciente a la localidad de Padua (Italia).


Su verdadero nombre era Fernando de Bulhoes; y con ese nombre se le bautizó en Lisboa, a finales del siglo XII.
Es en el año 1120, cuando ingresando en la Orden Franciscana como fraile, le es cambiado el nombre de Fernando, por el de Antonio.


Desde siempre he tenido una vinculación especial con este Santo, es decir que he sabido más de él que de otros; y esto ha sido así por todo lo siguiente:
Mi madre nació en Torrebaja; un pequeño pueblo de interior de Valencia, sito en la comarca del Rincón de Ademuz; nació en una  muy humilde casa, ubicada en lo que había sido el antiguo Camino Real que unía Valencia con Aragón, vía Chelva; conocido ya cuando mi madre nació como calle del Cantón, aunque popularmente le llamaban del perché, por haber varios vecinos poseedores de caballos percherones, es decir esos dedicados al arrastre y transporte de grandes cargas.
 

Dicha calle está asentada en el valle del río Turia, en el margen derecho de éste,  y termina a las orillas de otro río, en este caso el Ebrón, habiendo sufrido en cuantiosas ocasiones la bravura de ambos ríos sobre todo en la época de deshielos, siendo los vecinos del Cantón, expertos en subir sus enseres a las plantas superiores de la casa, pues ambos ríos han visitado sus moradas en infinidad de veces…


Justo al final de la calle, y junto al “cantarín y alegre” río  Ebrón, se sitúa un pairón, o como dicen por estas tierras casilicio, dedicado al Santo fallecido en Padua, y que desde siempre los vecinos de barrio han cuidado, y venerado con intenso fervor.

 

Mi madre me cuenta que cuando ella era pequeña el tío Amadeo y la tía Amparo, eran los encargados del cuidado del pequeño monumento, y que todas las noches encendían un farolillo con aceite; farolillo que se ha seguido encendiendo al caer el sol, hasta no hace muchos años, cuando el Ayuntamiento de Torrebaja con la colocación de farolas en la calle, puso también una bombilla en el interior del mismo; ahora es otro vecino, Vicente Soriano el que se encarga del cuidado y mantenimiento del monumento y del entorno.
 
La tía Amparo y el tío Amadeo, eran los dueños de la primera casa que hay entrando al pueblo proveniente de Ademuz, por lo que era el antiguo Camino Real, gente buena y sencilla, que además fueron los padres de la que desde niña ha sido y es una de las mejores amigas de mi madre, me refiero a Antonia Tortajada, (Tonica).

 

Tal vez por todas estas vinculaciones, mi madre siendo muy niño, tanto a mis hermanos como a mí, nos  cantaba una canción que hablaba de San Antonio, de un huerto y de miles de pajaritos…

 
Una canción que me encantaba escuchar, sobre todo porque además me imaginaba que todo esto pasaba en Torrebaja, en ese tramo de la calle del Cantón, y que los cientos de pajaritos entraban en la casa del tío Amadeo y la tía Amparo.

 

Y es que esa parte del pueblo es muy tranquila, sólo tiene casas a un lado; habiendo enfrente en otros tiempos una frondosa y exuberante huerta, hoy reducida a pastos, víctima sin lugar a dudas de la despoblación y con ello del abandono de la agricultura; y como motivo de esa tranquilidad y de su situación en pleno campo, no es raro escuchar el piar de cientos de aves, el zumbido de los insectos, el canto de los grillos en las noches de verano, bajo un intenso tintineo de un cielo estrellado, o inhalar los diversos aromas surgidos de las flores y de los manzanos.

 

La canción en sí, se basa en una leyenda de cuando Fernando (S. Antonio de Padua) contaba con ocho años de edad, y a las afueras de Lisboa, su padre le pidió que cuidara de un huerto cuyo trigo estaba recién sembrado, y evitase como fuera que los gorriones se comiesen las semillas y el grano recién plantado…


La canción viene a decir lo siguiente: 

Divino  Antonio precioso,
suplicad al Dios inmenso
que con su gracia divina
alumbre mi entendimiento
para que mi lengua
refiera el milagro
que en el huerto obraste
de edad de ocho años.
Desde niño fue criado
con mucho temor de Dios,
de sus padres estimado
y del mundo admiración.
Fue caritativo
y perseguidor
de todo enemigo
con mucho rigor.

Su padre era un caballero
cristiano, honrado y prudente,
que mantenía su casa
con el sudor de su frente.
Y tenía un huerto
donde recogía
cosechas y frutos
que el tiempo traía.
Por la mañana, un domingo,
como siempre acostumbraba,
se marchó su padre a misa
cosa que nunca olvidaba.
Y le dice: «Antonio,
ven acá, hijo amado,
escucha que tengo
que darte un recado.
Mientras que yo estoy en misa,
gran cuidado has de tener,
mira que los pajaritos
todo lo echan a perder.
Entran en el huerto
pican el sembrado,
por eso te advierto
que tengas cuidado».
Cuando se ausentó su padre
y a la iglesia se marchó,
Antonio quedó cuidando
y a los pájaros llamó:
«Venid, pajaritos,
no entréis en sembrados,
que mi padre ha dicho
que tenga cuidado.
 
Para que mejor yo pueda
cumplir con mi obligación
voy a encerraros a todos
dentro de esta habitación».
Y los pajaritos
entrar les mandabas
y ellos muy humildes
en el cuarto entraban.


 
Por aquellas cercanías
ningún pájaro quedó,
porque todos acudieron
cuando Antonio les llamó.
Lleno de alegría,
san Antonio estaba,
y los pajaritos
alegres cantaban.
Cuando se acercó su padre,
luego les mandó callar;
llegó su padre a la puerta
y comenzó a preguntar:
«Ven acá, Antoñito;
dime, hijito amado,
¿de los pajarillos
qué tal has cuidado?»


 
El niño le contestó:
«Padre, no tenga cuidado
que, para que no hagan mal,
todos los tengo encerrados».
El padre que vio
milagro tan grande
al señor obispo
trató de avisarle.
Acudió el señor obispo
con gran acompañamiento
quedando todos confusos
al ver tan grande portento.
Abrieron ventanas,
puertas a la par,
por ver si las aves
se quieren marchar.


 
Antonio les dice entonces:
«Señores, nadie se agravie,
los pájaros no se marchan
hasta que yo no lo mande».
Se puso en la puerta
y les dijo así:
«Ea, pajaritos,
ya podéis salir.
Salgan cigüeñas con orden,
águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes,
lechuzas, mochuelos y grajas.
Salgan las urracas,
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.
Salga el cuco y el milano,
zorzal, patos, y andarríos,
canarios y ruiseñores,
tordos, jilgueros y mirlos.
Salgan verderones
y las cardelinas,
también conjugadas
y las golondrinas».
Al instante que salieron
todos juntitos se ponen,
escuchando a san Antonio
para ver lo que dispone.

Antonio les dice:
«No entréis en sembrado,
marchad por los montes,
los riscos y prados».
Al tiempo de alzar el vuelo
cantan con dulce alegría,
despidiéndose de Antonio
y su ilustre compañía.
El señor obispo,
al ver tal milagro,
por diversas partes
mandó publicarlo.
Antonio bendito,
por tu intercesión
todos merezcamos
la eterna mansión.

Sin lugar a dudas la parte de la canción que más me gustaba, y a día de hoy sigue siéndolo, es cuando Antonio pide a los pájaros que salgan de la habitación; recuerdo una vez que le hice a mi madre repetir esa estrofa infinidad de veces, hasta que pude copiar la relación de aves; para después buscarlas en el   diccionario “rances” que tenía para el colegio, a ver cómo eran, e investigar si estos pájaros vivían en Torrebaja, convencido de que todo aquello había pasado a orillas del río Ebrón.

 

Fuera como fuese, son recuerdos de esos que nunca te olvidas, que llevan aparejado para  siempre la inmensa querencia  y el recuerdo de  las personas,  como Amadeo Tortajada, al que cuantas cosas le preguntaría ahora sobre su vida y su profesión, pues se dedicaba a hacer el machimbrado de cañizo, con el que se cubrían la vigas, y sobre los cuales se disponían los tejados, a lo largo y ancho del Rincón de Ademuz.

  

O la tía Amparo, que siempre junto a su cocina de leña, estaba afanada en mil tareas…
En fin que me apetecía contaros de este recuerdo, de esta canción, de su leyenda …; dedicando este post, a las personas que nombro en él, y que ya no están desde mis abuelos Jesús y Clotilde, al matrimonio de Amadeo y Amparo, a mi madre y  a su amiga Tonica Tortajada, y a mi amiga Lucía (Luci) Martín Tortajada, que estoy seguro esta historia le va a encantar. FINEM. 


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     El genial cantautor Ismael Serrano, en su canción “tierna y dulce historia de amor”, afirma eso de que “como todas las histori...