miércoles, 18 de junio de 2014

En la frontera entre Castilla y Aragón, se encuentran el pueblo y el castillo de Embid (Señorío de Molina).



 
Entre campos de cereal, encinas, robles y algún quejigo que otro, que por estas tierras se denomina rebollo, a 1073msnm y justo en la línea divisoria entre Castilla y Aragón se encuentra el antiquísimo pueblo de Embid.

 
 
Está situado en el extremo más oriental de la provincia de Guadalajara y del antiguo Señorío de Molina; y su patrimonio artístico e histórico es cuantioso y de gran valor.
 
 
Sin lugar a dudas el edificio que destaca sobre todos, es el vetusto castillo que tras haber sufrido un colapso estructural allá por los años noventa del pasado siglo XX, está experimentando una paulatina restauración, que de nuevo le está confiriendo los bríos y esbelteza  con los que contaba desde su construcción a mediados del siglo XIV.

 
Testigo de mil batallas y de las continuas tensiones entre Castilla y Aragón, el castillo de Embid sufrió embistes varios y destrucciones por parte de los aragoneses, que de inmediato los de Castilla reparaban…, ya que les servía de refugio y cuartel general; incluso en la guerra de Sucesión entre Felipe de Anjoy y el Archiduque Carlos, los seguidores de este último lo tomaron e incendiaron…

 

A partir de 1426 en pleno siglo XV, el castillo perteneció a don Juan Ruiz, al que popularmente se le conocía como el Caballero Viejo por su longeva vida,  y que además contaba con la propiedad igualmente de otro castillo de la comarca, éste más como tipo residencia y de recreo en el valle del río Gallo, me refiero al castillo de Santiuste.

 
Más tarde fue su familia la que como Marqueses de Embid, gestionaron y gobernaron la vieja atalaya.

 

Después el devenir de los tiempos, las extremas inclemencias meteorológicas de estas altas tierras de Guadalajara, y la desidia de la administración, conllevaron a como os decía al principio que el castillo se convirtiera en una mínima sombra de lo que fue…

http://lc-architects.blogspot.com.es/2011/08/restauracion-y-consolidacion-del.html

A día de hoy se han remozado los muros de mampostería, que con planta pentagonal y cubos en las esquinas para reforzar los tapiales, otorgan al castillo una configuración de fuerte inexpugnable, rematada con la esbelta torre del homenaje para dominar las tierras que por color y drenaje, llaman a las puertas de Aragón.

 

Pero además del castillo, Embid cuenta con un interesante patrimonio civil y religioso. Comenzando por lo primero es interesante la visita a esas viejas casonas molinesas, relacionadas con apellidos hidalgos del antiguo Señorío de Molina, y que en silencio nos hablan de un pasado de mayor esplendor; así pues no hay que dejar de ver la casa de los Ordóñez de Villaquirán, León Luengo, Martínez Molinero, o la de los Sanz de Rillo Mayoral entre otras.

 
  
 
 
En el ámbito del patrimonio religioso, sin lugar a dudas cabe destacar su iglesia dedicada a Santa Catalina, que según reza en el arco de la puerta, data del año 1530, de trazas sencilla y con espadaña orientada al oeste, el edificio es el nexo de unión entre la zona del castillo y el caserío de la población.
 

 
 
 

También frente a la villa se encuentra una humilde ermita dedicada a la Virgen de la Soledad, donde un humilde paso espera al Viernes Santo para ser sacado en procesión…;
por los alrededores de la ermita me encuentro con una mujer sencilla y amable, de nombre Leonor, la cual me cuenta cómo es la vida en el pueblo, me habla de que pese a su avanzada edad, a ella no le da tiempo de aburrirse, pues sigue cosiendo y zurciendo como cuando era joven; y es ella la que me habla de la belleza de la techumbre de la ermita de la Soledad, y de la fiesta-romería que se celebra en la ermita camino de Aragón…

Leonor del Molino

Se trata de la ermita dedicada a Santo Domingo de Silos que es el patrón del pueblo, y del que hay réplicas en mosaico y baldosa repartidas por doquier a lo largo y ancho de la villa.
 
Así pues tras las indicaciones de la amable Leonor, emprendo marcha hasta la mencionada ermita, la cual se encuentra a unos cuatro kilómetros de Embid dirección a Zaragoza, junto al viejo camino real de Castilla a Aragón; lo que hoy es la Autonómica CM 213 que une Molina con Daroca.
El paraje es de singular belleza, sobre todo en la parte trasera de la ermita, donde comienza un angosto valle que evacúa en el río Piedra; la ermita es de trazas sencillas y está repleto de cuadros donde se cuentan pequeñas y curiosas historias relativas a ofrendas de feligreses, a supuestos milagros del santo, etc…, una talla de Santo Domingo de Silos preside el barroco altar del ermitorio.

 
 
 
 
 
Y como me había dicho Leonor allí me encuentro una fiesta; en este caso es la romería del pueblo zaragozano de Castejón de Alarba, situado a más de treinta kilómetros de la ermita.
 
Con ese graciejo que tienen los maños, y con la nobleza que les caracteriza de inmediato me invitan a comer toda clase de dulces y pastas artesanales, me cuentan que siempre acuden a la ermita para la Pascua de Pentecostés, y que ahora lo hacen en coche y autobús, pero que antaño lo hacían con carros y caballerías, haciendo noche en Castilla…

 
La vuelta motorizada, la hacen con ramos de carrascas en flor, que cuelgan en sus balcones hasta el próximo año.
De vuelta para Embid, decido dar un paseo por el lecho del río Piedra; ese que unos kilómetros más abajo ya en la provincia de Zaragoza configura el bello rincón del Monasterio de Piedra…; 
 el río por esta zona va subterráneo, saliendo a la superficie solamente en época de muchas lluvias o deshielo; andando  poco a poco el  cañón es cada vez más angosto y profundo, donde las rapaces vuelan a su libre albedrío, y el silencio más absoluto se convierte en banda sonora.
 
Tras caminar un par de kilómetro  arribo al paraje del Rosel…en mitad de la barranquera y aprovechando un poco la apertura en curva del cañón, las gentes de Embid erigieron en tiempos una sencilla ermita dedicada a la Virgen del Rosario,  restaurada en 2006, junto a la fuente que da nombre al lugar del Rosel, un amplio abrevadero para animales y mesas y sillas para el ocio y esparcimiento. 
 
 
  
 
En definitiva Embid no sólo es un pueblo de paso, sino que es una villa que encierra historia, encanto y amabilidad de sus gentes por los cuatro costados.
 
Muy recomendable su visita, ya me contaréis. “FINEM”



sábado, 24 de mayo de 2014

Y SE FUE POR " LOS CERROS DE ÚBEDA..."



 
Úbeda. www.ojodigital.com

Hagamos un viaje en el tiempo, para llegar a la España de principios del Siglo XIII; la religión manda sobre todas las cosas y la piel de toro está sumida en una cruenta guerra, que a modo de cruzada se pelea por el Dios al que rezar.

 

Corre el año 1212, un caluroso 16 de julio, Junto al pequeño pueblo  jienense de Santa Elena, se produce una cruenta batalla donde se enfrentan los ejércitos de los diversos reinos cristianos que componen el centro y el norte de la actual España: Castilla, Aragón y Navarra, contra las huestes  almohades, (lo musulmanes que dominan el Al-ándalus).
El historiador Vara Thorbeck ha llegado a la conclusión de que los batallones eran numerosos, si bien más los morunos que los cristianos, estimando que el primero lo componían unos veinte mil, frente a los doce mil de los segundos.
En un principio por estrategia y forma parecía que iba a ser el ejército árabe el vencedor de la contienda, pero una última escaramuza de los cristianos desestabilizó a los ávidos arqueros almohades, confundiéndose en el tumulto uno y otro bando…; la batalla fue de tal calibre y crueldad, que los cadáveres de los soldados se acumulaban por cientos, cubriéndose por completo el valle que conforma el paraje denominado las Navas de Tolosa; nombre con el  cual luego se recordaría aquella batalla histórica.

 

El triunfo cristiano, supuso la desestabilización del Al-ándalus, y el comienzo del fin de los reinos almohades en suelo de la Península Ibérica.
Así pues tras las Navas de Tolosa vinieron muchas más batallas, hasta la rendición del Reino de Granada el 2 de enero de 1492; y en una de estas batallas, y en territorio que después fue durante muchas décadas frontera entre árabes y cristianos, se sucedió una historia que llega hasta el día de hoy en forma de dicho popular…
Corría el año 1233 las huestes cristianas se preparaban para tomar la villa de Úbeda, frente a Sierra Mágina y a escasos cien kilómetros en línea recta de la corte almohade en la Palacio Rojo de la Alhambra.

La Alhambra de Granada
Sierra Nevada desde los campos de Úbeda

Al frente de estas tropas estaba el rey cristiano Fernando III, que luego apodaron como el Santo, y que dispuso a sus capitanes en diversos puntos rodeando el fortín musulmán de Úbeda para el momento de iniciar la batalla.
 
 
Uno de estos capitanes de nombre Álvar Fáñez, (igual que el hombre de confianza y mano derecha del Cid); estaba posicionado según la estrategia marcada en una loma recayente al valle del río Guadalquivir; esperando el momento del ataque decidió dar un paseo entre los espesos encinares, cuando de repente encontró bañándose en un pequeño arroyo a una bellísima mora. 

 

Ésta que se encontraba totalmente en cueros, al verse sorprendida por el capitán cristiano, optó por la total normalidad, para al instante pasar ambos a los requiebros, las miradas, las sonrisas…, los piropos y las galanterías, y así una cosa llevó a la otra.
La cuestión, es que cuando llegó el momento del ataque y de la batalla, Álvar Fáñez estaba en otros menesteres, mostrando a la historia que cristianos o musulmanes, todos éramos y somos iguales…

 
La batalla acabó con victoria cristiana, y el Rey quiso saber de inmediato dónde había estado su capitán Fáñez…; éste requerido a que diera algunas explicaciones se limitó a decir “Anduve por esos cerros Señor…, por los cerros de Úbeda”.

 

Si estamos ante una ucronía o no, es decir una reconstrucción lógica de acontecimientos históricos no acaecidos, pero que podrían haber sucedido, es algo que los historiadores deben de dilucidar.
Pero sin lugar a dudas es una frase más que acertada no sólo por la aplicación que se le da a día de hoy, referida a irse por la tangente; sino por el verdadero placer que supone pasear por la ciudad renacentista de Úbeda.

 

 

 

 

Y asomarse a esos grandes miradores, observando los cerros ubetenses,  para a continuación sumergirse  y perderse en un mar de olivos, pensando en aquellas palabras de Machado…

 
 
 

“¡El campo andaluz, peinado por el sol canicular, de loma en loma rayado, de olivar y de olivar!”... VALE


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