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sábado, 11 de abril de 2015

La primera vez que ISABEL LA CATÓLICA VIO LA CIUDAD DE GRANADA.




La Ahambra de Granada
Desde que accediera al trono, un gélido domingo 13 de diciembre de 1474, en la castellana Segovia, una de las mayores obsesiones de Isabel de Trastámara (Isabel la Católica), era la de evangelizar y llevar el catolicismo a todos los rincones de la Península, ideas éstas que se acrecentaron con la ayuda de su confesor Fray Hernando de Talavera.

Isabel I de Castilla (la Católica)

Así y tras el matrimonio con Fernando de Aragón, Isabel convenció al aragonés de la importancia de retomar la guerra contra los árabes, y terminar lo que se había empezado ocho siglos antes en la asturiana Covadonga, en eso que los católicos denominaron la reconquista.

Monumento a Don Pelayo, batalla de Covadonga

El imperio turco estaba tomando tierras por los Balcanes en dirección al occidente europeo, la Corte consideró que resultaba muy peligroso la permanencia de musulmanes en tierras peninsulares, ya que éstos podían convertirse en aliados de los turcos, y con ello producirse una nueva invasión musulmana sobre España; de ahí la urgencia con terminar con el Reino musulmán de Granada; además el Rey Fernando pretendía conquistar terrenos para Aragón por tierras italianas, debiendo de  acabar una cosa para centrarse en la otra.


La cosa es que la guerra duró diez años, desde el 1 de marzo de 1482 cuando las tropas cristianas atacaron por sorpresa la ciudad de Alhama, hasta el 2 de enero de 1492, cuando el Emir de Granada Boabdil, firmó las capitulaciones acordadas y entrega las llaves de la ciudad a los Soberanos de Castilla y Aragón.

 
Y es que la empresa no fue fácil, además de la bravura y pericia de los árabes, todo el reino nazarí estaba salpicado de fortificaciones, castillos y atalayas, que aseguraban la defensa de las ciudades más importantes, y la práctica nula posibilidad de arribar hasta la ciudad de la Alhambra, de hecho pese a los intentos anteriores, todas estas defensas habían resultado inexpugnables para los cristianos.

 





Una cadena de más de cien castillos erguían por las cimas de las montañas fronterizas, y los pueblos y ciudades habían sido protegidos con grandes murallas defensivas.


El palacio de la Alhambra contaba con la protección de la Alcazaba, más la gran muralla que rodeaba a la ciudad de Granada, por no hablar de las decenas de atalayas a lo largo y ancho de la vega.

Alcazaba de la Alhambra

Pero la decisión estaba tomada y tras implicar incluso al vaticano pidiendo una bula de cruzada, la guerra de Granada, fue dando capítulos y capítulos, triunfos de unos y de otros, sangrías bestiales, intentos de asesinato a los Reyes, detención a Boabdil, traiciones y deslealtades entre los propios árabes y así un sinfín de cuestiones.

 
En este post, quería centrarme en el hecho de que la Reina Isabel, lejos aún de la caída de Granada,  confesó a Gonzalo de Córdoba, conocido como el Gran Capitán, que era su deseo incontrolable poder ver desde la lejanía el palacio rojo de la Alhambra y los tejados de Granada, ya que todo el mundo describía la ciudad, como un lugar de ensueño.
Gran Capitán
 El Gran Capitán trató de disuadir a la Reina en su deseo, pero la castellana era tenaz; por lo que Gonzalo de Córdoba se vio en la obligación de organizar la expedición; una tarea nada fácil pues tenía que ser sumamente secreta por el peligro que acarreaba, hasta el punto que ni el propio Fernando de Aragón, se enteró del asunto, hasta que ya había pasado, siendo éste uno de los hechos que le hicieron desconfiar y coger manía al Gran Capitán.

Fernando el Católico

Así pues se organizó la aventura; se pretendía un grupo no muy numeroso para no generar la alarma e inquietud en el enemigo; siendo cien los hombres que acompañaron a la Reina, ésta se había recogido el pelo, y ataviado como un soldado más, para evitar ser reconocida.

 
La aventura suponía entrar en territorio hostil en compañía de la Reina, lo que todavía lo hacía más peligroso, de ahí que el Gran Capitán, ordenara que los hombres, llevasen equipos ligeros para así facilitar la rapidez en caso de peligro, y las armas suficientes para luchar por su Reina.

 
 

Junto a la Reina Isabel, cabalgaba Juan Padilla, al que la Reina cariñosamente le denominaba “mi loco” por su temeridad y valentía; de hecho unas semanas antes, éste  había logrado entrar en la ciudad de Granada por la noche, gritando y anunciando a los moradores granadinos, cuál iba a ser el nombre de su futura soberana…
Juan de Padilla

Por fin y tras cabalgar varios kilómetros  entre encinas y quejigos llegaron a un alto, donde a lo lejos se vislumbraban las torres de la Alhambra…; la Reina Isabel bajó del caballo y según cuentan las crónicas, exhausta observaba sin cejar los palacios nazaríes. 

 
 
 
Gonzalo de Córdoba estaba muy intranquilo, pues en ese lugar estaban muy expuestos y corrían gran peligro, pidió en varias ocasiones a la Reina que retomaran el camino de vuelta al campamento, pero la Reina seguía como ausente maravillada ante los colores que la luz del sol de aquel atardecer, dibujaba sobre la ciudad de Granada.

 
Dicen que ante las peticiones del Gran Capitán a la Reina Isabel se le escuchó susurrar en voz bajita: “Allí descansaré eternamente. Esa ciudad será mi mausoleo”…

 
Al momento un grupo de bravos soldados árabes sorprendió a la comitiva; el Gran Capitán reaccionó rápidamente, despertando a la Reina de su extenuación, rodeando de inmediato  todo el escuadrón su cabalgadura, y huyendo rápidamente camino del campamento;  no era momento de alardes ni desafíos, sino que el objetivo era volver al campamento con la Reina sana y salva.

Los caballeros castellanos descendieron bruscamente por unas escarpadas montañas para huir de las huestes morunas, la Reina Isabel desde muy niña había cabalgado y era ducha en el manejo de las riendas.
Tras dejar atrás al retén árabe y cabalgando ya por sendas aparentemente más seguras, de nuevo fueron sorprendidos por vástagos sarracenos; mientras unos luchaban contra ellos, otros protegiendo a la reina, iniciaban de nuevo un veloz trote.


Por fin llegaron al campamento, y de nuevo cuentan las crónicas que la Reina Isabel mantenía un semblante sereno y tranquilo, mientras que el Gran Capitán llegó a espetar que “Prefiero acometer mil veces yo sólo contra Granada, que verme envuelto en otra de éstas…”
La Reina Isabel entró en su tienda por la parte de atrás, ataviada de soldado, para a los pocos instantes salir por la puerta principal de la tienda, vestida de Reina para recibir a sus aguerridos caballeros; de igual manera se dice que el Rey Fernando que nada sabía de lo acaecido aquella tarde le dijo: “que hermosa estáis esta noche, se diría que habéis pasado la tarde entre montañas…”
 

Y así fue como la Reina Isabel de Castilla vio por primera vez la ciudad de Granada, enamorándose para siempre de aquella vega, de aquellas montañas, y de las paredes rojizas de la Alhambra. FINEM




domingo, 30 de noviembre de 2014

¿Por qué la castellana Molina se apellida de Aragón?




Panorámica de Molina de Aragón

Molina de Aragón como villa importante que es,  tiene su propio himno cuya primera estrofa y tras uno breves acordes instrumentales, dice así: “En mi andadura de juglar con un canto en la mañana a esta hermosa castellana he venido a despertar…”.
Pues bien si analizamos la estrofa con el apellido de la ciudad, parece existir un falta de congruencia, pues no es normal despertar a una hermosa castellana, cuyo apellido  dice ser aragonesa.

Valle del río Gallo a su paso por Molina

No es algo raro y nos pasa a todos los molineses que cuando hablamos de nuestro pueblo, los interlocutores la sitúen por tierras de Teruel o Zaragoza, y efectivamente aunque la ciudad de Molina se encuentra apenas a 25 kilómetros de ambas provincias, pertenece a Guadalajara y por ende a Castilla la Mancha, y  al antiguo reino de Castilla.
Carrera de San Francisco, en Molina de Aragón
 ¿Entonces de dónde deriva ese apellido?
A Molina se le conocía, como Molina de los Condes o Molina de los Caballeros; corría el año 1350, cuando muere el Rey de Castilla Alfonso XI, heredando la Real Silla y el reino, su hijo Pedro I de Castilla; era un época de continuas guerras con el vecino reino de Aragón, en manos de otro Pedro, en este caso Pedro IV de Aragón, de ahí que a su largo guerrear se le denominase la “guerra de los dos Pedros”; estas continuas batallas hicieron mucho daño en los vastos terrenos del Señorío de Molina, pues las escaramuzas, invasiones, quema de cosechas y destrucción de pueblos en toda la línea fronteriza de uno y otro ejército eran la tónica común.

                                                   
 Diecinueve años después de arribar al trono Pedro I de Castilla es asesinado por su hermanastro, de nombre Enrique de Trastámara, que raudo accede al trono castellano.
Enrique de Trastámara premia con  grandes dotes y prebendas a todos aquellos nobles que le han ayudado en su acceso al trono, y entre otros, está un monje y militar francés, de nombre Beltrán de Guesclin, al cual le otorga el título de Duque, y le cede el la villa y el Señorío de Molina.


Ante este hecho, el Consejo de Molina se reúne en gran Asamblea, mostrando su disconformidad de estar bajo el yugo de un francés, que además había ayudado a asesinar al legítimo Rey de Castilla, por lo que deciden entrar en conversaciones con el Rey de Aragón, para integrar al Señorío en tierras aragonesas. Don García de Vera, Alcayde de Molina llegó a decir: “Más derechos tiene sobre Molina el Rey Aragonés , que un extranjero advenedizo y traidor como de Guesclin.” Corría el año 1369.
Así pues una comitiva molinesa salió camino de la ciudad de Valencia, donde se encontraba el Rey Aragonés Pedro IV, para tratar todos estos asuntos; el Rey aragonés encantado con la idea, acepta acoger al Señorío de Molina bajo su protección y reinado, y manda a la villa del Gallo a su propio hermano don Juan de Aragón, con quinientos jinetes y un gran batallón de soldados que junto a la guarnición molinesa ponen coto a las inmersiones y ataques del Rey castellano.

Valencia
En el año 1375, se firma la Paz de Almazán, para acabar con las continuas, sangrientas y sobre todo caras guerras entre Castilla y Aragón, estando entre sus claúsulas la devolución del Señorío de Molina y su villa a las tierras de Castilla, con una importante suma de dinero a cambio, así como el compromiso de casamiento del hijo de Rey castellano con la hija del Rey aragonés.

Molina en un día de nieve

Así y de esta manera, la ciudad de Molina y sus tierras, estuvieron bajo el Reino de Aragón desde el 5 de junio de 1369, hasta el 20 de mayo de 1375; apenas seis años que dejaron como legado el apellido de la villa, así como el homenaje permanente a las tierras aragonesas, con el bautizo de la torre más alta e imponente de la villa, en honor a las vecinas tierras.

Torre de Aragón
Torre de Aragón desde el Castillo-Alcázar

En diciembre de 1475 en las Cortes Castellanas, Isabel I de Castilla (la Católica), juró que las tierras de Molina nunca se cederían a nadie, y que serían para siempre parte del Reino de Castilla; y así lo ha sido hasta nuestros días; estando atribuido desde entonces el título de Señor de Molina, a los Reyes de Castilla primero, y a los Reyes de España después; el actual Rey de España Felipe VI es el XXXII Señor de Molina. FINEM

Molina en primavera

martes, 25 de noviembre de 2014

EL ÚLTIMO VIAJE DE ISABEL LA CATÓLICA. De Medina del Campo a Granada

Atardece en la Alhambra
Corría el mes de noviembre de 1504, cuando la Reina castellana Isabel de Trastámara, enferma y en el lecho, dejaba escrito en testamento ante Gaspar de Grizio (Secretario Personal de la Reina), que quería ser enterrada en la bella Granada; “quiero e mando que mi cuerpo sea sepultado en el Monasterio de San Francisco, que es en la Alhambra de la Cibdad de Granada, siendo Religiosos o Religiosas de la dicha Orden, vestida en el hábito Pobre de San Francisco, en una sepultura baxa que no tenga bulto aguno, salvo una losa baxa en el suelo, llana, con sus letras esculpidas en ella”.
Testamento de Isabel I de Castilla
Oleo de Eduardo Rosales



Esto se escribía el 12 de octubre y el 23 de noviembre dictaba sus últimas voluntades; sólo tres días después,  el sábado 26 de noviembre de 1504, a eso de las 12 horas del mediodía expiraba la Reina castellana.


Así pues tal y como había dispuesto la Reina, se puso en marcha un cortejo fúnebre que trasladó los restos de la Monarca desde la sobria Medina del Campo, hasta la capital del último bastión nazarí.


Medina del Campo
http://www.revistaiberica.com
Palacio de la Alhambra
 El viaje se prometía largo, pues había que ir por caminos carreteros, ya que se trasportaba el ataúd sobre dos ejes con ruedas; de hecho se había encargado al carpintero de Palacio, la elaboración de este artilugio; fabricándose una especie de camastro donde asentar el ataúd, y que además fuese compatible para la instalación de andas. Por este artilugio se pagaron novecientos setenta maravedíes.

Pintura de Francisco Pradilla. "Descanso del Cortejo"
El inicio de la partida del cortejo desde Medina del Campo, fue de gran impresión, toda la ciudad acudió a despedir a su reina, en un día donde el cielo arreciaba con una intensa lluvia que pronto se tornó en aguacero, era un domingo 27 de noviembre.
El cuerpo de Isabel había sido ataviado con un austero hábito franciscano como ella había dispuesto en testamento, y su  robusto ataúd era trasladado en andas por su séquito más fiel, Consejo Real y criados; el tañer de las campas de Medina del Campo despedía al lúgubre y numeroso cortejo que acompañaría a la Soberana hasta la Alhambra.
http://4.bp.blogspot.com/
El temporal de viento, lluvia e incluso nieve en las zonas altas de la estepa castellana, conllevaron a que el ataúd tuviese que ser protegido de los elementos; envolviéndolo en cueros de becerro encerados.
Esto contaba  Pedro Mártir de Anglería Cronista Oficial y  acompañante en el cortejo en relación a la meteorología: “ni el sol ni la luna fueron vistos en todo este tormentoso y póstumo entierro… y sin embargo ninguno quiso abandonar”.


De esta forma,  con los ríos desbordados, y los puentes de los caminos destrozados, lentamente el cortejo fúnebre fue atravesando las anchas castillas, pasando por las ciudades de Arévalo, Carceñosa, Ávila, Cebreros, Toledo, Orgaz, Los Yébenes, Manzanares, Viso del Marqués, Linares, Espeluy, Mengíbar, Jaén, Torredelcampo, Alcalá la Real y Pinos Puente entre otras, hasta arribar a Granada.


El paso del río Alberche en la localidad de Cebreros (Ávila), ya fue toda una odisea, haciendo temer a los organizadores del viaje, como estaría el gran Guadalquivir.
En Toledo sus ciudadanos pidieron que se detuviera el cortejo varios días para poder velar y rendir homenaje a su Reina, pero la intensidad del temporal y el miedo al estado de los caminos  desestimó esta idea, parando solamente por la noche para descansar de la jornada, hasta el día siguiente; tal y como se hacía en todos los pueblos y villas por los que pasaba el cortejo.

Catedral de Toledo
Si tortuoso y complicado fue todo el viaje, la cosa tornó en aventura peligrosa, cuando en Mengíbar (Jaén), el cortejo tuvo que cruzar un  río Guadalquivir crecido como pocas veces se había visto; y según cuentas las crónicas, aunque no hubo que lamentar pérdidas humanas, varios caballos, mulos y carretas fueron arrastradas por las embravecidas aguas del noble río andaluz.



Los carros y enseres debían ser reparados sobre la marcha, y no fueron pocas las mulas que se despeñaron por los complicados pasos de la ruta y lo accidentado del camino en mitad de una gran y duradero temporal.

 

Por fin el 17 de diciembre y tras veintiún días de marcha, el Real cortejo alcanzó la fértil vega de Granada, y a lo lejos las Torres Bermejas, la Alcazaba sobre el fondo de Sierra Nevada, anunciaban que habían llegado a su destino.


 
El Concejo de Granada ya lo había preparado todo, y la ciudad recibía los restos de Isabel engalanada con trazos de luto, velas y tañer de campanas.
Desde la Puerta de Elvira, lugar cercano a la famosa escena en la que Boabdil entregó las llaves de Granada a los Reyes Católicos en 1492, hasta el Palacio de la Alhambra, el cortejo fúnebre fue transcurriendo en silencio por las calles de la “reconquistada” Granada, con un desfile interminable de caballeros y cortesanos, velas y tambores, precedidos todos ellos de un enorme pendón de Castilla engalanado para la ocasión. 

Puerta de Elvira
Entrega de Granada. Serie Isabel de TVE


 

Finalmente el domingo 18 de diciembre de 1504,  los restos de la Soberana de Castilla fueron depositados en la oquedad que los Franciscanos de la Alhambra habían preparado frente al altar, en la antigua Capilla Real Mora de la Alhambra.

Convento San Francisco de la Alhambra
Sobre la tumba de Isabel, sólo una sencilla lápida de mármol blanco indicaba que allí se encontraban sus restos.

Capilla donde se enterró a Isabel y a Fernando

 

Años después en 1516, pese a que por cuestiones de Estado había contraído nuevas nupcias con Germana de Foix, el Rey Fernando de Aragón, también fue inhumado en el mismo lugar junto a su esposa; tal y como ambos habían determinado en sus respectivos testamentos.
El 10 de noviembre de 1521, y tras haberse concluido la Capilla Real junto a la Catedral de Granada; por orden del nieto de los Reyes Católicos, el Emperador Carlos I de España y V de Alemania, se trasladan los restos de Fernando e Isabel donde yacen juntos hasta hoy. FINEM

Capilla Real Catedral de Granada

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